Es una idea generalmente aceptada que la tierra, por culpa de nosotros los hombres, se encamina hacia su ruina total. Los promotores, sin embargo, se olvidan de otros datos alentadores que deben hacernos reflexionar.
Por ejemplo, a mediados del siglo XX, había tanto smog en la ciudad de Londres que era difícil distinguir a las personas a distancia. Tan densa era la contaminación que algunos malhechores realizaban sus delitos amparándose en la poca visibilidad de la ciudad, casi como si cometieran un delito nocturno.
Esta contaminación ambiental, sin embargo, ya pertenece al pasado. La City lleva décadas con un aire limpio. No es aire de montaña ciertamente, pero sí lo suficientemente limpio como para reconocer a nuestros amigos (y enemigos).
¿A qué se debió este cambio? Simplemente a que las autoridades fijaron una normativa para limitar el deterioro del aire. El hombre, con la ayuda de su inteligencia, encontró el camino para limpiar el ambiente.
Lo mismo sucede con los salmones del río que atraviesa la ciudad, el Támesis: a causa de la contaminación, su población había descendido dramáticamente. En nuestros días, también gracias a una normativa precisa –y respetada por todos, dicho sea de paso–, poco a poco se han ido recuperando.
En Italia la contaminación ambiental en general ha disminuido. Los compuestos de azufre que antes flotaban en el aire, hoy son prácticamente inexistentes. Lo que sucede en el aire, se da también en las aguas: ríos, mares y lagos de diversas zonas son ahora también más cristalinos.
Otra noticia significativa: actualmente en nuestro planeta hay 800 millones de personas mal alimentadas, una cantidad enorme y que a todos debe comprometernos en la medida de nuestras posibilidades; pero proporcionalmente es una cantidad inferior a la de cualquier otra época precedente. Dicho de otro modo: la población de la Tierra ahora está mejor alimentada que en el pasado.
¿Salvar la Tierra? En realidad ya la estamos salvando, si bien aún nos queda mucho camino por recorrer. Ciertamente, los ejemplos aquí citados son sólo de dos países. Además, son países del así llamado ‘primer mundo’. La situación en países menos avanzados es diversa. Pero el hecho queda ahí: cuando el hombre se empeña, puede respetar y hasta mejorar el ambiente. Su sola existencia no es fuente de contaminación.
El problema ecológico no es un problema ficticio, es un problema real. Pero la solución no está en ver al hombre como un depredador universal. La solución tampoco está en una ‘ingeniería social’ para limitar los nacimientos. Esas son prácticas que, en su espíritu, nos recuerdan nombres como Lenin, Stalin o Mao Tse Tung.
La solución está en que los hombres usemos correctamente nuestra razón y nuestra voluntad, convirtiéndonos en buenos administradores de la creación. A final de cuentas, ésa fue la tarea que Dios nos confió. A nuestro planeta no le sobran hombres, lo que le faltan son buenos administradores. MAB
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