San Nicón tenía un especial don, de predicación. Cuando hablaba de la virtud y de temas espirituales, sus oyentes se llenaban de compunción y amor por Dios. Sus palabras producían tales frutos espirituales en aquellos que lo escuchaban que se pedía que viajara a las regiones orientales para proclamar la buena nueva. Visitó Armenia, Creta, Eubea, Egina y el Peloponeso, enseñando la Palabra del Señor. «Arrepentíos porque el Reino de los Cielos está cerca». Este era el mensaje de San Juan el Bautista (Mateo 3:2) y el del mismo Cristo (Mateo 4:17). Este era también el mensaje de San Nicón; a donde fuera, comenzaba sus sermones con «Arrepentíos» (en griego «metanoeite», por eso fue llamado Nicón, «el predicador del arrepentimiento». Al principio la gente no prestaba mucha atención a su mensaje pero de a poco ganó el corazón de estos con su predicación, sus milagros y su gentil y amorosa personalidad. Remarcó siempre la necesidad que cada uno de nosotros tiene de arrepentimiento. San Nicón enseñó que el verdadero pesar por nuestros pecados surge cuando cultivamos la oración, la negación de nuestros deseos carnales, practicamos las ofrendas y hacemos esfuerzos ascéticos. Finalmente remarcó la necesidad de un padre espiritual a quien busquemos para confesarnos.
Después de sembrar las semillas de la piedad, San Nicón comenzó a ver los frutos. Los fieles comenzaron a cambiar su forma de vida, pero les seguía pidiendo que se esforzaran en sus almas por medio de las buenas obras. Al final se estableció en una cueva a las afueras de Esparta. Pronto tuvo que moverse a la ciudad por la cantidad de gente que venía a verlo. Allí fundó una iglesia dedicada a Cristo Salvador donde fue edificado más tarde un monasterio. El santo durmió en el Señor en el año 998 y su memoria fue honrada por la gente del pueblo de Esparta. Durante la ocupación turca en Grecia, San Nicón fue prácticamente olvidado salvo en Esparta. Después de la revolución griega en 1821, el oficio litúrgico para la memoria de San Nicón fue escrito por el Padre Daniel Georgópulos, el mismo se basó en la vida del santo, escrita por el abad del Monasterio de San Nicón, Gregorio, en 1142.
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