Texto del Evangelio (Lc 11,14-23): En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un
demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el
mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul,
Príncipe de los demonios, expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba,
le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae.
Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir
su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo
expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por
eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los
demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y
bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno
más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y
reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no
recoge conmigo, desparrama».
«Si por el dedo de Dios
expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios»
Comentario: Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera
(Ripollet, Barcelona, España)
Hoy, en la proclamación de la
Palabra de Dios, vuelve a aparecer la figura del diablo: «Jesús estaba
expulsando un demonio que era mudo» (Lc
11,14). Cada vez que los textos nos hablan del demonio, quizá nos sentimos
un poco incómodos. En cualquier caso, es cierto que el mal existe, y que tiene
raíces tan profundas que nosotros no podemos conseguir eliminarlas del todo.
También es verdad que el mal tiene una dimensión muy amplia: va ‘trabajando’ y
no podemos de ninguna manera dominarlo. Pero Jesús ha venido a combatir estas
fuerzas del mal, al demonio. Él es el único que lo puede echar.
Se ha calumniado y acusado a
Jesús: el demonio es capaz de conseguirlo todo. Mientras que la gente se
maravilla de lo que ha obrado Jesucristo, «algunos de ellos dijeron: ‘Por
Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios’» (Lc 11,15).
La respuesta de Jesús muestra
la absurdidad del argumento de quienes le contradicen. De paso, esta respuesta
es para nosotros una llamada a la unidad, a la fuerza que supone la unión. La
desunión, en cambio, es un fermento maléfico y destructor. Precisamente, uno de
los signos del mal es la división y el no entenderse entre unos y otros.
Desgraciadamente, el mundo actual está marcado por este tipo de espíritu del
mal que impide la comprensión y el reconocimiento de los unos hacia los otros.
Es bueno que meditemos cuál es
nuestra colaboración en este ‘expulsar demonios’ o echar el mal. Preguntémonos:
¿pongo lo necesario para que el Señor expulse el mal de mi interior? ¿Colaboro
suficientemente en este ‘expulsar’? Porque «del corazón del hombre salen las
intenciones malas» (Mt 15,19). Es muy
importante la respuesta de cada uno, es decir, la colaboración necesaria a
nivel personal.
Que María interceda ante Jesús,
su Hijo amado, para que expulse de nuestro corazón y del mundo cualquier tipo
de mal (guerras, terrorismo, malos tratos, cualquier tipo de violencia). María,
Madre de la Iglesia y Reina de la Paz, ¡ruega por nosotros!
Pensamientos para el
Evangelio de hoy
«Que los fieles abran de par en
par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de su
corazón. Si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad escondido en
sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo» (San León Magno)
«O estás en la senda del amor,
o estás en la senda de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de
Dios, o haces lo que quieres según tu corazón, que se endurece cada vez más por
esta senda. O eres santo, o vas por el otro camino. Y quien ‘no recoge’ con el
Señor, desparrama. Es un corrupto, que corrompe» (Francisco)
«‘El dedo’. ‘Por el dedo de
Dios expulso yo [Jesús] los demonios’ (Lc
11,20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra ‘por el dedo
de Dios’, la ‘carta de Cristo’ entregada a los Apóstoles ‘está escrita no con
tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las
tablas de carne del corazón’ (…)» (Catecismo
de la Iglesia Católica, nº 700)
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