martes, 3 de julio de 2018

Rezar con sinceridad

Mucho antes de las investigaciones de Freud y del psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los análisis de Freud han sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas.
En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su propio yo?
Para no pocos, la divulgación de esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.
Otros, por el contrario, es ahora cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y esperanzada.
Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su gusto y para su uso particular.
Dios, por otra parte, no es una especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni manejar como un objeto más de consumo.
Por otra parte, lejos de apartar de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.
Marcos nos describe en su relato dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado sólo por la salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe». JAP

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