domingo, 1 de julio de 2018

Tabú, la niña no estaba muerta

La palabra «mortal» ha servido desde siempre para designar al hombre. Ésta es su condición. El ser humano es mortal: en cualquier momento puede morir y, ciertamente, cada instante lo acerca un poco más a su final. Lo decía de manera gráfica Heidegger: «Desde que nace, el hombre es lo bastante viejo para morir».
Pero no es sólo que «puede» morir, sino que «tiene» que morir. Nadie escapa a la muerte. Es inútil nuestro afán de vivir, nuestro deseo de no enfermar, no envejecer, sobrevivir. Durante muchos años se puede vivir sin sentir la amenaza de la muerte, pero llega un día en que la enfermedad, el mal funcionamiento de algún órgano o la jubilación comienzan a hacernos pensar que también nosotros estamos acercándonos a nuestro final.
Casi siempre los humanos han tratado de olvidar la muerte, a ver si desaparece. Lo decía ya B. Pascal: «Los hombres, para ser felices, no habiendo podido encontrar remedio a la muerte... han tomado la decisión de no pensar en ella». No son menos ingenuas las sociedades progresistas del tercer milenio que han convertido la muerte en el gran «tabú»: no hay que hablar de ella, no hay que pronunciar el nombre de ciertas enfermedades, hay que vivir como si fuéramos inmortales.
Sin embargo, cuando leemos el grito de M. de Unamuno, sabemos que está expresando lo que todos sentimos en el fondo de nuestro ser: «No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo, que me soy y me siento ahora y aquí». Queremos vivir, no desaparecer, no caer en la nada.
El hombre de nuestros días sigue repitiendo los viejos caminos de siempre para eludir la certeza de su muerte. Algunos intentan vivir sin esperanza, aunque sin caer en una desesperación angustiosa. Otros se lanzan a vivir a tope lo inmediato cerrando los ojos a todo futuro. Hay quienes viven sin tomar en serio ningún amor y ninguna esperanza, sin arriesgarse en ninguna lucha, sin ligarse a nada ni a nadie.
Cada uno sigue su camino pero nadie puede sustraerse a ciertas preguntas: ¿qué me espera en la muerte?, ¿qué va a ser de mí y de todos mis anhelos?, ¿me aguarda la nada?, ¿hay algo o alguien que me espera para acoger mi deseo de vida y llevarme a una vida plena? El relato que nos presenta a Jesús devolviendo la vida a la niña que todos creen muerta, está escrito desde la fe en un Dios que, al resucitar a Jesús, nos ha revelado que sólo quiere la vida del ser humano, incluso por encima de la muerte. JAP

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