Sin duda, es siempre tentador para toda familia encerrarse en su propia
felicidad. Tratar de construir un «hogar feliz», de espaldas a la infelicidad
de otras familias o de otros hombres y mujeres, privados incluso de hogar.
Entonces, se vive el amor «de puertas para dentro». Se estrecha la
solidaridad a los límites de la familia. Y la «gratuidad» queda reducida al
mundo privado de los intereses familiares. El amor no supera los lazos de
sangre.
Naturalmente, esto sólo es posible en una postura de evasión y
desentendiéndose de los problemas y sufrimientos ajenos.
Nos mantenemos al margen, sin hacernos responsables de los problemas de
los demás y sin interferirnos nunca en sus alegrías ni en sus penas. «Cada uno
en su casa y Dios en la de todos».
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar en el
propio hogar a la Sagrada Familia de Nazaret ha ido acompañado de este ideal de
lograr una armonía y felicidad familiar.
Y esto es bueno. Sin duda, es necesario también hoy estimular y promover
la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos y la
solidaridad familiar, valores sin los cuales fracasará la familia.
Pero sería una equivocación creer que es esto lo único que la familia
cristiana tiene que escuchar en el evangelio de Jesús.
El amor cristiano no conoce límites ni puede quedar restringido
egoístamente en las fronteras del propio hogar. Según el evangelio, «el
discípulo debe orientar su solidaridad no hacia los miembros, del círculo familiar,
sino hacia los desgraciados de la tierras (J. M. Castillo).
El Papa Juan Pablo II nos recordó con palabras que deberían tener un eco
especial en los hogares cristianos en estos momentos de grave crisis económica:
«Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de
vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros
les falta».
El hogar cristiano debe estar abierto no sólo para acoger a los
necesitados sino también para que sus miembros salgan a responsabilizarse y
comprometerse en el esfuerzo por una sociedad mejor.
Una familia atenta a los dolores de la humanidad, dispuesta a compartir
con los necesitados y comprometida en la medida de sus posibilidades en la
lucha por mejorar la convivencia social, podrá sufrir por ello repercusiones
dolorosas en el interior del mismo hogar, pero está caminando hacia la
verdadera felicidad cristiana. JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario