Mártir, 01 de
Diciembre
Es el primer
santo inglés de la Compañía de Jesús. Con su simpatía, alegría contagiosa, con
su patriotismo y oratoria supo dar, a los ingleses perseguidos, el entusiasmo
que les faltaba para defender su fe.
El padre del
santo, que se llamaba también Edmundo Campion, tenía una tienda de libros en
Londres. Tanto él como su esposa fueron católicos hasta la época de la reina
Isabel. Edmundo nació hacia 1540. Era un muchacho extraordinariamente
inteligente. A los quince años, se le otorgó una beca en el Colegio de San Juan
de Oxford, que Sir Thomas White acababa de fundar. Dos años más tarde, Edmundo
ingresó en la sociedad de alumnos jóvenes. Pronto se ganó la fama de brillante
orador y fue escogido para hablar en el entierro Lady Amy Dudley (Robsart), en
los funerales de Sir Thomas White y ante la reina Isabel, cuando ésta visitó la
Universidad en 1566. Trece años antes, cuando estaba en la escuela gratuita de
Londres, había sido elegido para pronunciar el discurso de bienvenida al
predecesor de Isabel. El talento y la personalidad del joven le ganaron la
buena voluntad y el patrocinio de la reina, de Cecil y de Leicester. A este
último dedicó Edmundo su “Historia de Irlanda”. Cecil le llamó más tarde “uno
de los diamantes de Inglaterra”. Edmundo prestó juramento de fidelidad. Aunque
la lectura de los Santos Padres quebrantó su fe en el protestantismo, se dejó
convencer por el Dr. Cheney, obispo de Gloucester, y recibió el diaconado de la
Iglesia anglicana. El Dr. Gregorio Martin, de quien era muy buen amigo, le
escribió desde Roma previniéndole contra la ambición. En efecto, Edmundo era
extraordinariamente popular en Oxford y tenía un grupo de discípulos
personales, más o menos como el grupo que Newman habría de tener 250 años más
tarde. Pero el hecho de haber recibido las órdenes en una Iglesia sobre la que
tenía muchas dudas, empezó a inquietar su mente y su conciencia. En 1569,
terminó su período de prefecto de jóvenes en la Universidad. Por otra parte,
como la sociedad que le había sostenido durante sus estudios se mostraba
reticente a causa de sus tendencias papistas, Edmundo partió a Berlín, donde se
estaba tratando de resucitar la Universidad. Hallándose ahí, escribió una breve
historia del país.
Al salir de
Oxford, Campion “estaba lleno de remordimientos de conciencia y angustia de
espíritu” por haber aceptado las órdenes anglicanas y no hizo ningún esfuerzo
por ocultarlo. Por ello, después de la publicación de la bula de San Pío V
contra Isabel, su actitud provocó peligrosas sospechas. En 1571, Campion volvió
a Inglaterra disfrazado, asistió al juicio del Beato Juan Storey en Westminster
Hall y en seguida se trasladó a Douai. En el camino fue arrestado por no llevar
pasaporte, pero consiguió cohechar a los guardias dándoles dinero y dejándoles
su equipaje. Una de las primeras cosas que hizo en Douai fue escribir una
“carta muy valiente” al Dr. Cheney, quien se sentía inclinado al catolicismo.
Campion se licenció en teología y recibió el subdiaconado en Douai. En 1573, se
trasladó a Roma e ingresó en la Compañía de Jesús. Como no existía aún la
provincia inglesa, fue enviado a la de Bohemia. Hizo su noviciado en Brno y fue
a enseñar en el colegio de Bohemia.
En vista del
éxito con que los jesuitas trabajaban entre los protestantes en Alemania,
Bohemia y Polonia, el Dr. Allen persuadió a Gregorio XIII que enviase a algunos
a Inglaterra. A fines de 1579, los PP. Edmundo Campion y Roberto Persons fueron
elegidos para inaugurar la nueva misión. La víspera de la salida del P. Campion
de Praga, uno de los padres, movido por un impulso irresistible, escribió sobre
la puerta del cuarto del santo lo siguiente: “P. Edmundo Campion, Mártir”. El
P. Campion partió de Roma en la primavera de 1580. San Rodolfo Sherwin
describió muy vivamente en una carta a Adolfo Bickley las peripecias del viaje.
Cuando llegaron a Ginebra, que era uno de los bastiones del protestantismo,
Campion se hizo pasar por un criado irlandés llamado Patrick. Según parece,
todos los miembros del grupo se portaron con esa alegría un tanto desbocada que
mueve a las gentes serias a imaginar que todos los ingleses están locos. Poco
antes de salir de Ginebra, después de haber discutido con Beza, Campion se
enfrentó con un ministro protestante y puso al “pobre diablo” en ridículo
delante de todos sus correligionarios. Persons partió de Saint-Omer a
Inglaterra disfrazado de soldado, como si volviese de los Países Bajos. Campion
se hizo pasar por mercader de joyas. Su criado era el hermano coadjutor Rodolfo
Emerson.
No todos los
católicos recibieron bien a los jesuitas, pues muchos temían que la llegada de
los primeros miembros de la “terrible” Compañía de Jesús atrajese sobre ellos
nuevos peligros. Los dos jesuitas tuvieron que jurar que “su misión era
puramente apostólica, que habían ido simplemente a ocuparse de la religión y a
luchar por las almas y que no tenían ni conocimiento ni pretensiones en materias
de política”. El gobierno se enteró pronto de su llegada, de suerte que los dos
jesuitas tuvieron que salir de Londres. Campion trabajó en Berkshire,
Oxfordshire y Northamptonshire, donde convirtió a algunos personajes de
importancia. En una carta al P. General, decía: “Todos los días recorro una
parte de la región. La cosecha es maravillosamente abundante... No podré
escapar por mucho tiempo de las manos de los perseguidores... Encuentro mis
disfraces perfectamente ridículos; con frecuencia cambio de disfraz y de
nombre. Algunas veces he leído cartas en las que se anuncia que Campion ha sido
arrestado. Esa noticia provoca tal alboroto en los sitios a los que voy, que no
oigo hablar de otra cosa. Este clima de temor en el que vivo ha acabado por
curarme del miedo”. El P. Campion se entrevistó con el P. Persons en Londres,
donde la persecución era especialmente tenaz. En seguida se dirigió a
Lancashire, donde predicó casi diariamente con gran éxito. Los espías le
seguían muy de cerca y, en varias ocasiones, estuvo a punto de caer en sus
manos. Cincuenta años más tarde, aquellos que habían oído sus sermones los
recordaban todavía. Por entonces escribió Campion una obra en latín a la que
dio por título “Las Diez Razones”, porque en ella exponía los argumentos por
los que estaba dispuesto a demostrar a los protestantes más eruditos la
falsedad de su doctrina. Naturalmente, era muy difícil dar esa obra a la
imprenta; sin embargo, a fin de cuentas se imprimió en secreto en la casa de
Doña Cecilia Stonor, en Stonor Park, Berkshire. El 27 de junio de 1581,
aparecieron sobre las bancas de la iglesia de la Universidad de Oxford
ejemplares de dicha obra. Eso, como era de esperarse, provocó un escándalo
mayúsculo y los perseguidores redoblaron sus esfuerzos por capturar al autor.
Lo consiguieron tres semanas más tarde.
Después de la
publicación de “Las Diez Razones”, el P. Campion juzgó prudente retirarse a
Norfolk. En el camino se detuvo en Lyford, en casa de la señora Yate. El
domingo 16 de julio acudieron unas cuarenta personas a oírle predicar durante
la misa; una de ellas era espía. En el curso de las doce horas siguientes, la
casa fue registrada tres veces. Los perseguidores descubrieron finalmente al P.
Campion y a otros dos sacerdotes, ocultos dentro de un nicho que había sobre la
gran puerta de entrada. Inmediatamente, fueron conducidos a la Torre de
Londres. Los guardias los maniataron a partir de Colnbrook, y colocaron a la
espalda del santo un letrero que decía: “Campion el jesuita sedicioso”. Después
de tres días de tortura, el mártir fue interrogado por los condes de Bedford y
Leicester (según algunos, también por la reina), quienes trataron de sobornarlo
para que apostatase. Como fallasen ése y otros intentos del mismo género, se le
torturó en el potro. Poco después, fueron arrestadas varias personas en cuya
casa había estado el P. Campion; aunque el gobierno había averiguado los
nombres de aquellos cómplices por otro conducto, difundió la falsa noticia de
que el mártir los había denunciado. Antes de que pudiese reponerse de la
tortura, se obligó al P. Campion a comparecer cuatro veces ante diversos
prelados protestantes; el mártir respondió con agilidad y mucho tino a sus
preguntas, objeciones e insultos. Después, fue nuevamente torturado en el potro
con tal violencia que, al día siguiente, cuando le preguntaron cómo se sentía,
respondió: “No puedo sentirme mal, puesto que ni siquiera siento”. Como los
perseguidores no encontrasen ningún motivo válido para condenarle, le acusaron
falsamente, junto con Rodolfo Sherwin, Tomás Cottam, Lucas Kirby y otros, de
haber proyectado en Roma y en Reims una revolución en Inglaterra y de haber
vuelto al país para provocarla. El juicio tuvo lugar en Westminster Hall, el 14
de noviembre. Cuando los jueces le ordenaron que jurase decir la verdad, el
santo estaba tan débil, que ni siquiera podía mover los brazos; entonces, uno
de sus compañeros le besó la mano y le ayudó a levantarla. Campion dirigió su
defensa y la de sus compañeros con suma habilidad: protestó de su lealtad a la reina,
demolió las acusaciones, demostró la mala fe de los testigos y probó claramente
que el verdadero motivo por el que se los juzgaba era la religión. El jurado
los declaró culpables, pero no sin haber deliberado antes durante una hora.
Después de oír la sentencia de muerte, el santo dirigió la palabra a los
jueces: “...Al condenarnos, habéis condenado a todos vuestros antepasados y,
para nosotros, el haber sido condenados junto con todos los hombres ilustres
-no sólo de Inglaterra, sino del mundo entero- que lo fueron por vosotros,
descastados descendientes de aquellos antepasados, es motivo de gozo y de
gloria. Dios vive. La posteridad hablará. El juicio de ambos no estará sujeto a
la venta como el de los que acaban de condenarnos a muerte”.
La hermana de
Campion fue a verle con un mensaje de Hopton, en el que se le ofrecía un pingüe
beneficio a cambio de la apostasía. También fue a visitarle Eliot, el traidor
que le había delatado y dado testimonio contra él, quien temía ahora por su
vida. El santo le perdonó generosamente y le dio una carta de recomendación
para un noble de Alemania, donde podría vivir en paz. El 1º de diciembre fue un
día lluvioso y triste. Campion, Sherwin y Briant fueron conducidos juntos a
Tyburn, donde se los ejecutó con el lujo de barbarie acostumbrado. En el
cadalso, el P. Campion se negó por última vez a dar su opinión sobre la bula
del Papa contra Isabel y oró públicamente por “vuestra reina y mi reina, a la
que deseo un largo y próspero reinado”. Unas gotas de la sangre de ese hombre “admirable,
sutil, preciso y amable” cayeron sobre un joven de la nobleza, llamado Enrique
Walpole, que se hallaba presente. Walpole ingresó en la Compañía de Jesús,
murió mártir y está canonizado.
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