Es verdad que el término ‘droga’ se aplica tanto a los narcóticos o
estupefacientes (sustancias que producen en el hombre un estado físico o
psíquico que subjetivamente resulta placentero y que lleva progresivamente a la
habituación y a la subsiguiente necesidad de suministración en dosis cada vez
más altas) cuanto a todos los medicamentos que ejercitan unos efectos sobre las
facultades sensitivas e intelectuales del hombre. Por tanto puede hablarse de
distintos ‘usos’ de las drogas, unos lícitos y otros gravemente ilícitos.
1- El
empleo terapéutico de algunas drogas
Algunas drogas pueden tener un efecto mitigador del dolor; de ahí que sea
lícito el emplearlas cuando tienden a aliviar sufrimientos que hacen muy
difícil, y a veces insoportable, el sobrellevar algunas enfermedades. Tal es el
caso de los medicamentos analgésicos, los anestésicos, los usados para la cura
del sueño, las drogas psicotrópicas, etc.; de todos modos conviene distinguir
los problemas morales según las diversas clases de drogas:
·
Hay drogas que son meramente
analgésicas (aquellas que no tienen más efecto que la supresión del dolor, sin
interferir con el uso de la conciencia psicológica y sin producir efectos
psíquicos concomitantes). Estas no suelen presentar dificultades morales,
porque sus características farmacológicas no las hacen susceptibles de abusos,
y únicamente cabría plantear la cuestión de la dosis que, si es excesiva, puede
buscarse con fines suicidas.
·
Hay drogas que, teniendo o no un
efecto analgésico, poseen al mismo tiempo efectos euforizantes: el opio y sus
derivados naturales y sintéticos, la coca y la cocaína, etc.; alucinatorios
(mescalina, LSD, marijuana y derivados de la Cannabis Indica, etc.);
embriagantes (alcohol, éter, cloroformo, protóxido de nitrógeno, etc.);
hipnóticos (barbitúricos). Todas estas son drogas que pueden presentar serias
implicaciones morales, porque es fácil que del uso terapéutico se pase al
abuso, sobre todo por lo que se refiere a los llamados de un modo más concreto
estupefacientes, como ocurre con la mayoría de las drogas euforizantes y
alucinatorias. De aquí la responsabilidad del médico, que debe recurrir a estas
drogas (especialmente en lo que respecta a la morfina, que es la dotada de
mayor poder analgésico) solamente en casos de urgencia (cólicos agudos, por
ejemplo), y sólo si ya han fallado los demás analgésicos. Es prudente incluso
que sea administrada sin que el enfermo sepa de qué medicamento se trata, y
únicamente en enfermedades incurables y muy dolorosas se podrá suministrar con
más amplitud. Siempre se ha de llevar un control estricto de las recetas, para
cortar de raíz cualquier intento de tráfico ilícito con fines no terapéuticos.
2- El
uso de drogas con fines no terapéuticos
Las drogas pueden tener también otros usos: forenses, estimulantes,
placenteros, etc.; en estos casos debemos distinguir.
·
El
posible uso forense.
Algunas drogas (principalmente los barbitúricos) son capaces de producir un
estado ‘crepuscular’, llevan a la desinhibición del yo y a la abolición de la
censura moral. Por este motivo se las denomina vulgarmente como ‘suero de la
verdad’ (nombre, en realidad, impreciso). ¿Qué decir de esto? ¿Pueden usarse
estas drogas para obtener información de parte de presuntos delincuentes? Estos
procedimientos son inmorales y deben rechazarse en la seria práctica forense;
de suyo violan los derechos naturales y adquiridos del reo (derecho a la
libertad de la confesión, derecho a no autoacusarse, derecho a la reputación,
aunque fuera sólo aparente o falsa, etc.); además llevan fácilmente a una
dejación de deberes por parte de los peritos y de los magistrados, son un medio
inadecuado para obtener una confesión objetiva y que responda a la verdad
(porque algunas personas pueden disimular la realidad aun bajo los efectos de
esas drogas), y otras veces se puede llegar a manifestar como hechos consumados
cosas que en realidad son deseos reprimidos o sueños fantásticos. Aclaro que
algunos moralistas admiten ese uso forense de la droga si se cuenta con el
consentimiento del sujeto; para otros no sería lícito ni siquiera en esas
condiciones.
·
El uso
estimulante. A veces pueden usarse con fines
estimulantes (para aumentar la capacidad de trabajo, el rendimiento físico,
etc.). El problema en este caso es delicado, por las diversas circunstancias
que pueden influir en la moralidad. Así, por ejemplo, ordinariamente se admite
por todos el uso de drogas ligeras, que no ofrecen peligro de instaurar una
verdadera toxicomanía, y que han entrado en las costumbres de casi todos los
pueblos: tal es el caso del café, el té, el tabaco, el alcohol en moderada
cantidad, etc. Únicamente el abuso de estos productos presenta inconvenientes
morales. El uso estimulante de drogas más activas ofrece, sin embargo, serias
reservas, porque supone o puede suponer pecados graves de templanza, prudencia
y justicia. En algunos casos, como sucede con el uso de drogas en actividades
deportivas, entra también en juego la lealtad, no solamente con relación a los
competidores, de que deben abstenerse de drogas, sino porque contraviene a los
reglamentos deportivos que actualmente incluyen de ordinario una prohibición
expresa de usar drogas.
·
El uso
experimental o por curiosidad. Por
lo que se refiere al uso de drogas por curiosidad, espíritu de aventura, afán
de originalidad, etc., aunque sea de modo completamente esporádico, ha de
tenerse en cuenta la posibilidad de contraer una toxicomanía, y por
consiguiente el grave y no proporcionado peligro al que se expone quien hiciera
uso de drogas con esos fines superficiales, o para salir de una depresión, brillar
en sociedad, etc. Ordinariamente hay también riesgo de incurrir en pecados de
lujuria, no sólo por el efecto afrodisíaco de algunas drogas, sino por la
obnubilación de conciencia que producen.
3- El
abuso y las toxicomanías
Generalmente se da el nombre de toxicomanía al estado de intoxicación
periódica o crónica, nociva al individuo y a la sociedad, que ha sido
engendrado por el consumo repetido de una droga natural o sintética. Si se
tiene presente que sus características son un deseo invencible de continuar el
consumo de la droga y de procurársela con cualquier medio, una tendencia a
aumentar la dosis, y una esclavitud de orden psicológico y a veces físico con
relación a los efectos de la droga, se comprenderán las gravísimas
repercusiones morales de estas situaciones: aparte del serio daño que suponen
para la salud física, puede achacarse a la toxicomanía cualquier tipo de
pecado, pues el toxicómano no duda en cometerlo si le puede facilitar la
obtención de la droga. A esto hay que añadir los perjuicios morales que causa a
la familia y a la sociedad.
Por otra parte sus características hacen muy difícil la ayuda espiritual,
si no se instaura paralela y fielmente una cura médica y psicológica de
desintoxicación.
Por estas razones, en este campo, como dice el
dicho popular: es más fácil prevenir que curar. Prevenir ya sea mediante el
consejo espiritual que recuerde a médicos, farmacéuticos, etc., sus deberes
respecto a la administración, control y venta de estupefacientes, ya sea en
general a los posibles candidatos a la toxicomanía: por lo común hombres y
mujeres descentrados, de vida irregular y superficial, o de enfermos que han
sido sometidos a un tratamiento continuado con drogas estupefacientes, o de
jóvenes que frecuentan malos ambientes y malas amistades.
La drogadicción suele ser un terrible callejón sin
salida. MAF
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