Texto del Evangelio (Mc 12, 38-44): En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente en su
predicación: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje,
ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y
los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas
so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».
Jesús se sentó
frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del
Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos
moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos,
les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los
que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba,
ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo
que tenía para vivir».
«Todos han echado de lo
que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba»
Comentario: Pbro. José MARTÍNEZ Colín
(Culiacán, México)
Hoy, el Evangelio nos presenta
a Cristo como Maestro, y nos habla del desprendimiento que hemos de vivir. Un
desprendimiento, en primer lugar, del honor o reconocimiento propios, que a
veces vamos buscando: «Guardaos de (…) ser saludados en las plazas, ocupar los
primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (cf. Mc 12,38-39). En este sentido,
Jesús nos previene del mal ejemplo de los escribas.
Desprendimiento, en segundo
lugar, de las cosas materiales. Jesucristo alaba a la viuda pobre, a la vez que
lamenta la falsedad de otros: «Todos han echado de lo que les sobraba, ésta [la
viuda], en cambio, ha echado de lo que necesitaba» (Mc 12,44).
Quien no vive el
desprendimiento de los bienes temporales vive lleno del propio yo, y no puede
amar. En tal estado del alma no hay ‘espacio’ para los demás: ni compasión, ni
misericordia, ni atención para con el prójimo.
Los santos nos dan ejemplo. He
aquí un hecho de la vida de san Pío X, cuando todavía era obispo de Mantua. Un
comerciante escribió calumnias contra el obispo. Muchos amigos suyos le
aconsejaron denunciar judicialmente al calumniador, pero el futuro Papa les
respondió: «Ese pobre hombre necesita más la oración que el castigo». No lo
acusó, sino que rezó por él. Pero no todo terminó ahí, sino que —después de un
tiempo— al dicho comerciante le fue mal en los negocios, y se declaró en
bancarrota. Todos los acreedores se le echaron encima, y se quedó sin nada.
Sólo una persona vino en su ayuda: fue el mismo obispo de Mantua quien,
anónimamente, hizo enviar un sobre con dinero al comerciante, haciéndole saber
que aquel dinero venía de la Señora más Misericordiosa, es decir, de la Virgen
del Perpetuo Socorro.
¿Vivo realmente el
desprendimiento de las realidades terrenales? ¿Está mi corazón vacío de cosas?
¿Puede mi corazón ver las necesidades de los demás? «El programa del cristiano
—el programa de Jesús— es un ‘corazón que ve’» (Benedicto XVI).
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