Texto del Evangelio (Jn 18,33-37): En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú
el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que
otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu
pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?».
Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo,
mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi
Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió
Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz».
«Soy Rey. (...) Todo el
que es de la verdad, escucha mi voz»
Comentario: Rev. D. Frederic RÀFOLS i
Vidal (Barcelona, España)
Hoy, Jesucristo nos es
presentado como Rey del Universo. Siempre me ha llamado la atención el énfasis
que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina,
vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús
mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en Jerusalén.
Ciertamente, la palabra “Rey”,
aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía
política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación
entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra ‘rey’.
Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú
eres el rey de la casa. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella
este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes
dicen que fulano es el rey del rock quieren decir que no hay nadie igual, lo
mismo cuando hablan del rey del baloncesto. Entrad en el cuarto de un
adolescente y veréis en la pared quiénes son sus ‘reyes’. Creo que estas
expresiones populares se parecen más a lo que queremos decir cuando aclamamos a
Dios como nuestro Rey y nos ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su
realeza: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn
18,36).
Para los cristianos nuestro Rey
es el Señor, es decir, el centro hacia el que se dirige el sentido más profundo
de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino,
expresamos nuestro deseo de que crezca el número de personas que encuentren en
Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos
ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues
«dondequiera que esté Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).
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