Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a
unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una
viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta
viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como
donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba,
todo cuanto tenía para vivir».
«Ha echado de lo que
necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»
Comentario: Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i
Sánchez (Barcelona, España)
Hoy, como casi siempre, las
cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños,
oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin
importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las
obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la
santidad personal.
Por el hecho de pasar
desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada:
no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo
Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la
generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar
su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante
vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban
grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin
embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de
su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas:
«De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos
éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado
de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).
La generosidad de la viuda
pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar
muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor
si solamente damos ‘de lo que nos sobra’, sin amor y sin espíritu de
generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían
sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque
luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó
todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener
a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con
Dios, Él lo será más con nosotros.
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