Nunca
viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No
tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen
muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad,
capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.
Hombres
y mujeres del montón, gentes de a pie a los que apenas valora nadie, pero que
van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas
sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano y haciendo el bien.
Gentes
que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a
los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra
de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana.
Padres
sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños,
responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus juegos y descubrir de
nuevo junto a ellos lo mejor de la vida.
Madres
incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Mujeres que no tienen
precio, pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan para enfrentarse
confiadamente a su futuro.
Esposos
que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando
generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil pequeños
roces de la vida.
Esta
gente desconocida, son los que hacen el mundo más habitable y la vida más
humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos
ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.
Ellos
mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestras calles y
hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto
de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo parece crecer la rivalidad y
el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los que brota la amistad, la
confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es
amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.
Es
posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les harán
grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos.
Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de Jesús, pues viven haciendo
un mundo más digno, como Él. Sin saberlo, están abriendo caminos al reino de
Dios. JAP
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