Tiempo de preparación para la Pascua
Cuarenta días,
cuarenta noches: la palabra Cuaresma se deriva de «cuarenta». En sí, esta
palabra recuerda los cuarenta años pasados por el pueblo hebreo en el desierto,
entre la salida de Egipto opulento y la entrada a la tierra prometida (cfr.
libro del Éxodo); pero también los cuarenta días y cuarenta noches de la
peregrinación de Elías, hasta la montaña de Dios en el Horeb (1 Reyes 19, 8); y
los cuarenta días pasados por Jesús en el desierto, a donde fue llevado por el
Espíritu después de su bautismo, antes de emprender el camino de predicar la
Palabra de Dios (Mateo c. 4).
Nos prepara a la Pascua
Desde los primero
tiempos de la Iglesia, la Cuaresma es esencialmente el tiempo de preparación
para la celebración de la Pascua y, por la misma razón, el tiempo de
preparación de los catecúmenos para recibir el bautismo.
Pero son los textos
del Evangelio quienes estructuran la liturgia de la Cuaresma: las tentaciones
de Jesús en el desierto, el ciego del nacimiento, el diálogo con la Samaritana
y la resurrección de Lázaro señalan el recorrido de iniciación cristiana
propuesto a todos los que serán bautizados en Pascua, y también a todo
bautizado en memoria de su bautismo.
Darnos tiempo
La Cuaresma es, pues,
considerada como un tiempo durante el cual los cristianos se ponen más
intensamente ante el misterio de su fe, para prepararse plenamente a la Pascua:
vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Para que se acuerden de los cuarenta
días de Jesús en el desierto y de las «tentaciones» que Él sufrió, los
cristianos dedican un tiempo a la oración, al ayuno y a la conversión. Es,
pues, solamente, a la luz de la Pascua que podemos comprender esta
«cuarentena», que señala el tiempo de nuestra marcha hacia Dios.
Somos invitados a
entrar en la Cuaresma con todo el empeño que se pone en la preparación de un
acontecimiento decisivo. Ante todo hay que darnos tiempo, porque no tenemos hoy
los mismos ritmos que antes, y el tiempo no está estructurado de la misma
manera regular para todos. Aún el domingo ha perdido mucho de su matiz y,
excepto la interrupción de la vida profesional, apenas se distingue de los
demás días.
Por tanto, sea cual
sea la manera, busquemos comprender lo que queremos vivir. Darnos tiempo de
recordar, de prepararnos, de escucharnos a nosotros mismos, a los otros.
Encontrar el propio desierto
Reflexionar.
Descargarse, desembarazarse de lo que entorpece, de lo que ata. Aceptar hacer
una pausa, tener un ‘desierto interior’, un lugar que esté lejos de ruidos
superficiales para entrar en uno mismo, para escuchar mejor. Aligerarse por el
ayuno, aislarse en el desierto son las condiciones que se nos proponen para
ponernos en camino hacia un conocimiento más grande, un descubrimiento nuevo.
Cada quien ha de
encontrar su desierto y su ayuno. Nada se detiene durante la Cuaresma: ni la
vida familiar, ni el trabajo, ni las preocupaciones, ni las relaciones felices
o menos. Las tardes son agotadoras, los fines de semana muy cortos. Hacer un
alto, aunque sea en forma muy modesta, es ser llevado por el Espíritu, como lo
fue Jesús cuando se retiró al desierto.
Es el signo de una
disponibilidad que abre sobre el trabajo de preparación de la que cada uno
tiene necesidad para entrar en la inteligencia de la Pascua. El texto de los cuarenta días de Jesús en el desierto
nos muestra cómo Él fue confrontado consigo mismo, a todas las preocupaciones
que surgen en el hombre cuando él trata de decidir su relación con Dios.
Lo mismo que para
nosotros. Cuando aceptamos poner en nuestra vida un poco de reflexión, y de
ayuno, comenzamos a ver las cosas y a experimentarlas de otra manera. El
desierto no es forzosamente un lugar de silencio. Es también el lugar en donde
se dejan oír murmullos interiores que son habitualmente inaudibles por los
ruidos exteriores ordinarios.
Acceder al combate espiritual
Si nuestro desierto y
nuestro ayuno nos permiten ver dentro de nosotros mismos, probaremos quizás el
escándalo de no ser dioses y no poder poner todo bajo nuestros pies; o nos descubriremos
terriblemente hambrientos de otro pan que el de la Palabra de Dios; y, más
todavía, estaremos tentados por la desesperación delante de nuestro pecado y
nuestra incapacidad de responder totalmente al llamado de Dios. Pero, en este
combate, tal vez viviremos un encuentro amoroso, como en la lucha de Jacob con
el Ángel, en un cuerpo a cuerpo con Dios hasta que Él se descubra: «No te
dejaré hasta que tú me bendigas» (Génesis 32, 23-32).
Comprender lo que quiere decir «Resurrección»
En la Cuaresma nos
preparamos a comprender un poco mejor lo que quiere decir «Resurrección», nos
hace anhelar la absoluta necesidad de la salvación.
Durante esta
«cuarentena» nos podemos preparar cultivando la confianza que nos viene de la
fe y la disponibilidad del discípulo que se deja instruir. En el fondo se trata
de hacer que nuestra vida sea el lugar mismo de escucha y de aprendizaje
progresivo de la vida de fe.
La Cuaresma puede
prepararnos activamente haciéndonos alcanzar el gran combate cuerpo a cuerpo
con Dios que tendrá su final en la mañana de Pascua. RduCh
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