Texto del Evangelio (Lc 4,1-13): En aquel tiempo, Jesús, lleno de Espíritu Santo,
se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante
cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo
de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di
a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le respondió: «Está escrito: ‘No
sólo de pan vive el hombre’».
Llevándole a
una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el
diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha
sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será
tuya». Jesús le respondió: «Está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a
Él darás culto’».
Le llevó a
Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de
Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará
para que te guarden’. Y: ‘En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie
en piedra alguna’». Jesús le respondió: «Está dicho: ‘No tentarás al Señor tu
Dios’». Acabada toda tentación, el diablo se alejó de Él hasta un tiempo
oportuno.
«Era conducido por el
Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo»
Comentario: P. Josep LAPLANA OSB Monje de
Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)
Hoy, Jesús, «lleno de Espíritu
Santo» (Lc 4,1), se adentra en el
desierto, lejos de los hombres, para experimentar de forma inmediata y sensible
su dependencia absoluta del Padre. Jesús se siente agredido por el hambre y
este momento de desfallecimiento es aprovechado por el Maligno, que lo tienta
con la intención de destruir el núcleo mismo de la identidad de Jesús como Hijo
de Dios: su adhesión sustancial e incondicional al Padre. Con los ojos puestos
en Cristo, vencedor del mal, los cristianos hoy nos sentimos estimulados a
adentrarnos en el camino de la Cuaresma. Nos empuja a ello el deseo de
autenticidad: ser plenamente aquello que somos, discípulos de Jesús y, con Él,
hijos de Dios. Por esto queremos profundizar en nuestra adhesión honda a
Jesucristo y a su programa de vida que es el Evangelio: «No sólo de pan vive el
hombre» (Lc 4,4).
Como Jesús en el desierto,
armados con la sabiduría de la Escritura, nos sentimos llamados a proclamar en
nuestro mundo consumista que el hombre está diseñado a escala divina y que sólo
puede colmar su hambre de felicidad cuando abre de par en par las puertas de su
vida a Jesucristo Redentor del hombre. Esto comporta vencer multitud de
tentaciones que quieren empequeñecer nuestra vocación humano-divina. Con el
ejemplo y con la fuerza de Jesús tentado en el desierto, desenmascaremos las
muchas mentiras sobre el hombre que nos son dichas sistemáticamente desde los
medios de comunicación social y desde el medio ambiente pagano donde vivimos.
San Benito dedica el capítulo
49 de su Regla a ‘La observancia cuaresmal’ y exhorta a «borrar en estos días
santos las negligencias de otros tiempos (...), dándonos a la oración con
lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia (...), a
ofrecer a Dios alguna cosa por propia voluntad con el fin de dar gozo al
Espíritu Santo (...) y a esperar con deseo espiritual la Santa Pascua».
Pensamientos para el
Evangelio de hoy
«Si hemos sido tentados en Él,
también en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no
te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete
también vencedor en Él» (San Agustín)
«Cuando estamos en tentación,
la Palabra de Jesús nos salva. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir
de la tentación, sino que nos da más confianza» (Francisco)
«La tentación de Jesús
manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la
que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso
por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: ‘Pues no tenemos un Sumo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo
igual que nosotros, excepto en el pecado’ (Hb
4,15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de
Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 540)
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