Al cabo de varios años de haber repartido liberalmente los frutos de su trabajo entre los pobres, fue digno también de dar su vida por Cristo. Repentinamente estalló en Paflagonia una cruel persecución contra la Iglesia. A Focas se le señaló como cristiano, se le privó de las formalidades de un juicio y se mandó a una partida de soldados para que le matasen en el mismo lugar donde le encontraran. Cuando los soldados llegaron a Sinope, no pudieron entrar porque estaban cerradas las puertas y pidieron asilo en el huerto de Focas sin saber que era él. Como de costumbre, el santo los recibió amablemente y los invito a cenar. Cuando todos estaban sentados a la mesa, los soldados revelaron a su anfitrión los pormenores de la tarea que les había sido encomendada y le pidieron que les informara donde podrían encontrar a Focas. El bondadoso jardinero les dijo que conocía perfectamente a Focas y que, a la mañana siguiente, les daría informaciones sobre su paradero. Al caer la noche, cuando todos se habían retirado a dormir, Focas cavó en el jardín su propia sepultura y, terminada la tarea, se arrodillo a orar a fin de preparar su alma para la hora postrera de su vida. Así le sorprendió el amanecer y entonces se levantó y fue a la casa en busca de sus huéspedes para anunciarles que ya había encontrado a Focas, el que quedaría en su poder tan pronto como ellos quisieran aprehenderle. Los soldados preguntaron dónde podían hallarlo. «Aquí lo tenéis -repuso el mártir extendiendo los brazos-, yo soy ese hombre que buscáis». En el primer momento, los soldados quedaron paralizados por el asombro; luego comenzaron a moverse sin saber qué hacer ni qué decir ante aquel hombre que tan generosamente les había acogido y que ahora se les entregaba resueltamente para que lo mataran. Focas, al advertir su confusión, los alentó a cumplir con su deber, puesto que él consideraba su propia muerte como el beneficio más grande que pudieran hacerle. Al cabo de algunas vacilaciones y sin que se pronunciara una sola palabra, los soldados sacaron a Focas al jardín y le cortaron la cabeza.
Con el correr del tiempo, los cristianos de Sinope construyeron una magnifica iglesia que llevo su nombre. Alrededor del año 400, san Asterio, obispo de Amasea, pronuncio el panegírico de este mártir, con ocasión de su festividad en una iglesia que se ufanaba de poseer parte de sus reliquias, y dijo que «Focas, desde el momento de su gloriosa muerte, se convirtió en un pilar de las iglesias de este mundo. A todos los hombres los llama a su casa y ahí los recibe siempre con grandes beneficios; los caminos están transitados de continuo por los peregrinos que acuden de todas las comarcas a orar donde el elevaba sus plegarias. La magnífica iglesia que conserva sus restos, es el sitio donde los afligidos encuentran alivio y consuelo, los enfermos salud, y los necesitados abundantes provisiones en sus bodegas. Y cualquier lugar donde se conserven y veneren sus reliquias, aunque sea una mínima parte de ellas, como en esta iglesia, se convierte en el recinto donde más desean morar los cristianos». San Asterio agregó en su panegírico que los navegantes de los mares del Euxino, el Egeo, el Adriático y los océanos, cantan himnos en su honor y, con mucha frecuencia, el santo mártir los ha socorrido y salvado de innumerables peligros.
Nada más puede decirse con certeza sobre el santo de Sinope, aparte de que vivió en aquella ciudad, fue martirizado y ampliamente venerado. Hay infinidad de datos falsos e inventados, y el nombre de Focas figura en los calendarios en muy diversas fechas. En el anterior Martirologio Romano aparecían tres san Focas, un mártir de Antioquia el 5 de marzo, un san Focas, obispo de Sinope y mártir durante la persecución de Trajano, el 14 de julio, y Focas el jardinero el 22 de septiembre, pero los tres no son sino el mismo, que en el Martirologio Romano renovado quedó inscripto el 5 de marzo. La ciudad de Vienne, en Francia, y muchas partes del Oriente de Europa afirman poseer porciones de sus reliquias.
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