¿Has experimentado algún día esa sensación de
llegar hasta los extremos y querer taparte los oídos para no escuchar
más? ¿Te has sentido decepcionado y has prometido no volver a abrir la
boca pues todo parece inútil? Es curioso que en la época de las grandes comunicaciones, de los medios
extraordinarios para hablar, para escuchar y para ver al otro, tengamos que
admitir que estamos quedándonos sordos y mudos.
La soledad es una de las enfermedades más actuales. La incomunicación es
uno de los problemas que más nos hacen sufrir. Estamos sordos, mudos y lo más
triste es que no percibimos estos problemas. Entonces se agrava mucho más la
enfermedad porque no aspiramos a tener curación. Hoy tendríamos que acercarnos a Jesús y pedirle que meta sus dedos hasta
lo profundo de nuestros oídos para que se abran y sean capaces de escuchar el
grito doloroso de nuestros hermanos, que podamos percibir los silencios
resentidos de nuestros familiares, y las protestas angustiosas de nuestros
cercanos. Hemos perdido la capacidad de escuchar lo que sale del
corazón del otro.
Preferimos estar atentos a las noticias intrascendentes, al estado
del tiempo, a las novedades de la política o de los deportes… pero no tenemos
tiempo de escucharnos en familia, de percibir los latidos del corazón
adolorido, de que llegue hasta nosotros el clamor de los que viven en la
miseria. Señor Jesús, mete tu dedo
profundo muy adentro de nuestros oídos para que se abran, para que se limpien,
para que se purifiquen y sean capaces de escuchar tu palabra y las palabras de
nuestros hermanos. También tenemos necesidad de hablar, no de
superficialidades sino de lo que es verdaderamente importante. Necesitamos
decir tu Palabra, es urgente que alcemos nuestra voz por los que están
sufriendo, es necesario que nuestras palabras abran un diálogo con los
cercanos, con los tímidos, con los que se esconden…
Tu saliva es señal de tu espíritu y nosotros
necesitamos tu Espíritu para hablar, para romper hielos, para abrir caminos de
reconciliación, para denunciar injusticias… Señor Jesús, toca con tu saliva nuestra lengua endurecida y encallecida
por tantos silencios. Señor, abre nuestros oídos, abre nuestra boca, abre
nuestro corazón. ED
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