El cine, en sí mismo, no es malo. Es un vehículo de cultura, un
transmisor de ideas, un arte que, si se utiliza rectamente, puede servir para
dar gloria a Dios. Pero desgraciadamente, hasta ahora, se ha empleado más para hacer
el mal que para hacer el bien.
El Episcopado italiano publicó una Declaración sobre la situación moral
del cine en la que decía: «Salvo laudables excepciones, que merecen nuestra
consideración y aliento, la mayor parte de la producción cinematográfica
italiana ha ido constantemente hacia un progresivo y desenfrenado deterioro
moral».
Por eso te aconsejo que no te aficiones demasiado al cine. El cine tiene
una tremenda fuerza persuasiva. Anula la personalidad, arrastra, emboba,
hipnotiza. Nos identifica con el protagonista y nos proyecta su psicología, su
modo de ser, su ejemplo. Es un arma psicológica fenomenal. Y cuanto más potente
es un arma tanto más peligroso es su mal uso.
El cine tiene serios peligros
El primero, aunque menos grave que el segundo, es su exhibicionismo
sexual. El daño depende, naturalmente, de las circunstancias. No es lo mismo en
los fríos espectadores nórdicos que en los ardientes meridionales. No es lo
mismo el dominio de una persona culta que la reacción gamberra del populacho.
No es lo mismo la serenidad de la madurez que la excitabilidad de la juventud.
Pero no seamos ingenuos cerrando los ojos ante este peligro real.
Peligro que no sólo existe mientras dura la proyección de la cinta. La
imaginación seguirá después trabajando con las imágenes que se le quedaron
grabadas, y es muy fácil que se produzcan después tentaciones desagradables.
Pensemos, por ejemplo, lo frecuente que son las películas que proyectan escenas
de amor en la cama (y no precisamente entre esposos).
Pero el peor daño del cine es por la fuerza con que transmite las ideas.
El lenguaje de la imagen tiene un gran valor emotivo que conquista de modo casi
invencible y cambia poco a poco el fondo del psiquismo, aun contra la propia
voluntad, que no advierte lo que sucede dentro de sí.
Por ejemplo: una película me presenta un marido que no se entiende con
su mujer, por incompatibilidad de caracteres. En cambio se ha enamorado
locamente de su secretaria que es de enormes cualidades, y le corresponde en su
amor. Pero no pueden casarse porque son católicos. Instintivamente nos apena
que la Iglesia se oponga a ese matrimonio. En ese momento no se advierten los
males que se seguirían a la familia, en general, de permitir el divorcio.
Instintivamente aprobamos el adulterio de dos personas que nos han ganado el
corazón. De esta manera se nos va cambiando la mentalidad sin casi advertirlo.
El cine enfoca y resuelve muchos problemas humanos al margen de Dios,
como si no existiera una Ley Divina y un destino sobrenatural del hombre. Son
películas que están hechas con un criterio que no tiene, generalmente, nada de
cristiano, y a fuerza de verlas, va uno cambiando, sin darse cuenta, su modo de
pensar cristiano para pensar como los del cine. Son una lima para un espíritu
cristiano. Tú no lo notas, pero siempre se llevan algo. Una conducta inmoral
interpretada por una artista agradable nos inclina a la justificación. Con esto
empieza a evolucionar nuestro criterio cristiano, y al fin, arrastrado por el
ejemplo del cine, se termina poniendo por obra lo que tantas veces se vio en la
pantalla con fuerza seductora. Como estas ideas están expuestas de un modo
agradable y simpático, las admitimos con facilidad. Tenemos que filtrar estas
ideas y rechazar todo lo que no esté de acuerdo con nuestras ideas cristianas.
Los pueblos no mueren porque se les combata o conquiste, sino porque se
les corrompe. Pues el cine está teniendo la virtud trágica de corromper hasta
la conciencia de nuestro pueblo. Muchos españoles de hoy ya no piensan en
español, ni en cristiano, sobre problemas tan capitales como son la familia y
el amor. A fuerza de ver en el cine, cosas que están mal, aunque al principio
nos repelen y las censuramos, poco a poco nos vamos acostumbrando, y es posible
que, si se nos presenta la ocasión, hagamos también nosotros lo que antes nos
hubiera horrorizado.
Conozco a un matrimonio que a los cuatro años de casados vivían
inmensamente felices con un auténtico cariño mutuo y gozando de la alegría de
dos hijos como dos soles. Un día la mujer, influenciada por la ligereza y
frivolidad con que se ven en el cine escenas de adulterio, aprovechando un
viaje de su marido, no le importó correr una aventurilla (¡qué tiene de
particular!: es la frase con la que queremos justificarlo todo), y se acostó con
otro hombre. Y como todo lo que se hace termina por saberse, un día su marido
se enteró. Fue tal la tragedia que se armó que nunca, en su vida, aquellas dos
personas pasaron días peores. El marido me decía: «Si es verdad que me quería,
¿cómo ha podido hacerme eso? Es que no me quería. Todo lo que me decía era
mentira. No puedo volver a hacer el amor con ella. Se me pone delante que me
está engañando. ¡No puedo seguir con ella!» Y lloraba de desesperación, de
rabia y de pena. Y ella también lloraba de arrepentimiento, al ver que por un
capricho frívolo había hundido la felicidad de su hogar.
En materia de amor, el cine hace daño tanto a las personas casadas como
a las solteras. El cine hace daño a los casados porque con mucha frecuencia
presenta como la cosa más natural, y casi inevitable, las expansiones amorosas
extramatrimoniales de casados. Y esto ¡no puede ser! Toda expansión amorosa
extramatrimonial de un casado, es adúltera. Con la gracia de Dios se pueden
superar todos los conflictos amorosos que se presenten al corazón.
El daño que el cine hace a las personas solteras es, entre otras cosas,
por enseñar una enorme facilidad para llegar al acto sexual: derecho exclusivo
de casados. Además, porque muchísimas veces presenta como motivo suficiente
para el matrimonio el atractivo corporal, y eso es mentira. Este atractivo es
un factor, pero él sólo no basta. Muchísimos fracasos matrimoniales se deben
precisamente a que se basaron exclusivamente en el atractivo corporal, y se
descuidaron otros valores de mayor importancia.
Aparte del daño que el cine hace con sus escenas, en la emotividad de la
mujer, le hace otro daño también grave en su psicología: la mujer se siente
arrastrada a imitar los modales, las actitudes y conducta de las artistas que
se presentan como mujeres deslumbradoras, y hacen brotar en la espectadora el
natural deseo de resultar ellas mismas también atractivas. Al principio, las
cosas que chocan con la moral se rechazan, pero a fuerza de verlas en la
pantalla se les va quitando importancia y acaban por asimilarse.
El cine ha hecho muchísimo daño a las chicas enseñándolas modales
insinuantes y provocativos, a mirar con descaro, un modo de ser frívolo y
fácil, y a ser condescendientes en aventuras amorosas. ¡Cuántas chicas adoptan
en público y en privado, posturas y actitudes atrevidas, influenciadas por lo
que vieron en el cine, dándose cuenta o sin darse cuenta del todo! ¡Cuántas
chicas se han hecho unas frescas por lo que vieron en el cine! ¡Cuántas chicas
cayeron más hondo de lo que jamás sospecharon por seguir unos primeros pasos
que aprendieron en el cine! Algunas chicas, influenciadas por el ambiente
erotizado, son fáciles en llegar a todo, sin pensar en las consecuencias, pues
en las películas lo ven continuamente y nunca pasa nada. Pero en la vida real,
sí. La vida real no es el cine. Cuántas solteras embarazadas, después se
lamentan de lo que hicieron... ¡Pero ya es tarde!
«Hay películas que, de hecho, son para muchos una verdadera escuela de
vicio. Al exhibir ante la juventud escenas de besos prolongados y lascivos se
les incita a hacer otro tanto, haciéndoles creer que tales acciones son la
señal necesaria del amor, y afianzándoles en la convicción de que eso se puede
hacer, pues tantos otros lo hacen. Así se mata poco a poco en las almas el
sentido del pudor y de la pureza». (Dantec:
Noviazgo Cristiano)
Muchas películas tratan de una chica que se lía con un casado, una
prostituta que seduce a un jovenzuelo, una mujer que engaña a su marido, etc.,
etc. Siempre a base de pecados sexuales. ¿Cuándo veremos películas que exalten
las virtudes de un buen padre de familia, de una madre honrada y de una chica
decente? Hacer esto es mucho más difícil. Aquello es mucho más fácil. Por eso
abundan las películas a base de los bajos fondos de la vida.
Hay que combatir las películas que inculcan ideas contrarias a la moral
católica. El público es el que manda en el cine. Si una película deja la sala
vacía, no se repetirá. Pero si una película resulta «de taquilla» se
multiplicarán las películas de este tipo. Si queremos moralizar el cine, hay
que hacer el vacío a las películas indeseables. Con este método «La Legión de
la Decencia» en Estados Unidos, logró imponerse a los directores de Hollywood.
En cuestión de espectáculos inaceptables para la conciencia cristiana,
conviene adoptar con energía la consigna de no asistir a ninguno por tres fines
simultáneos: evitar el peligro propio, dar buen ejemplo y exigir que no se den
espectáculos indecentes por el medio humano más eficaz, tratándose de
empresarios poco delicados de conciencia, que consiste en negar la cooperación
económica.
Pío XII, en su encíclica Miranda Prorsus, sobre el cine, la radio
y la televisión, dice: «Los juicios morales, al indicar claramente qué
películas se permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente malas, darán
a cada uno las posibilidades de escoger los espectáculos..., harán que eviten
los que podrían ser dañosos para su alma, daño que será más grave aún por
hacerse responsable de favorecer las producciones malas y por el escándalo que
da con su presencia». El Concilio Vaticano II nos exhorta a «seguir
las indicaciones de la censura moral y a evitar los espectáculos peligrosos,
entre otras cosas, para no contribuir económicamente a espectáculos que puedan
hacer daño espiritual».
El punto de vista estético no basta para justificar cualquier
espectáculo. La curiosidad no es motivo suficiente cuando se trata de
espectáculos degradantes. Oigamos de nuevo a Pío XII: «Culpable
sería, por tanto, toda suerte de indulgencia para con cintas que, aunque
ostenten méritos técnicos, ofenden, sin embargo, el orden moral; o que,
respetando aparentemente las buenas costumbres, contienen elementos contrarios
a la fe católica».
Es notable que muchos cristianos difíciles para dar su dinero a obras de
caridad y apostolado, lo den sin escrúpulos a espectáculos que descristianizan
las costumbres. Regatean su dinero para lo bueno, y lo dan alegremente para lo
malo.
Pero no te contentes con no ir tú a esas películas. Procura además
convencer a otras personas para que tampoco vayan. Si los católicos quisiéramos
colaborar a la acción moralizadora de la Iglesia, Cristo reinaría mucho más en
el mundo. Pero hay católicos que consideran a la Iglesia como una aguafiestas a
quien hay que dar de lado para poder pasar la vida más divertida; y así están
haciendo el juego a Satanás para que sea él quien domine en el mundo. Es
inconcebible, y da pena decirlo, pero la realidad es que, a veces, los primeros
en obstaculizar la obra moralizadora de la Iglesia, son los mismos cristianos.
El cine es un estupefaciente, y si se adormece tu sensibilidad
espiritual, ¿qué conciencia moral podrá protegerte? Cuando el timbre de alarma
de la conciencia y del remordimiento está estropeado, el alma corre peligro.
Cuántas veces la voz de la conciencia ha hecho dar un frenazo ante el abismo
del pecado. Y también, ¡cuántas veces la voz de Dios, resonando en el alma, ha
levantado a una vida de perfección! JL
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