Los estudios
que se vienen publicando estos últimos años sobre el futuro de la humanidad no
son nada halagüeños. Una y otra vez se repiten las mismas palabras y
preocupaciones: crisis de la cultura moderna, decadencia de la sociedad
occidental, ocaso de valores, disolución de la identidad humana, amenaza de
aniquilación mundial...
Muchos siguen
pensando que el ser humano podrá superar esta crisis por medio de alguno de los
sistemas existentes (capitalismo, socialismo, democracia...) o tal vez por
medio de alguno nuevo que podamos descubrir. Otros lo esperan todo del
desarrollo tecnológico, de una revolución económica profunda o de un
replanteamiento de las relaciones internacionales.
Sin duda, todo
ello puede ser necesario. Pero la crisis actual del ser humano no es solo un
problema ideológico, tecnológico o económico. La persona misma es la que está
enferma y necesita ser curada en su raíz.
El hombre
moderno ha empobrecido su existencia creyendo que el pensamiento racional es lo
único válido y definitivo, y se ha ido quedando ciego interiormente para captar
lo más esencial. Ha desarrollado de manera insospechada sus técnicas de
observación y análisis de la realidad, pero ha perdido el sentido de lo
trascendente.
Han crecido
cada vez más sus posibilidades de comunicación, pero no acierta a encontrarse
consigo mismo y con su yo más profundo. Conoce cada vez más cosas, pero sabe
cada vez menos sobre el sentido de su vida. Resuelve múltiples problemas, pero
no sabe resolver el problema de su libertad interior.
No es extraño
que se eleven cada vez más voces apuntando hacia la necesidad de una revolución
más profunda que la que pueden aportar los sistemas ideológicos. El ser humano
se está acercando a un «punto crucial» (F. Capra) en el que, si quiere
sobrevivir, ha de aprender a vivir de manera nueva. La humanidad necesita
reencontrar su «patria religiosa». Es urgente una «transformación de la
conciencia».
¿No estamos
necesitando una vez más de Jesús para redescubrir la sabiduría y el arte de
vivir de manera más humana? Hoy se desprecia en Occidente la sabiduría del
Profeta de Galilea, como lo hicieron sus propios vecinos. Sin embargo, ¿no será
esa precisamente la sabiduría que andamos necesitando? JAP
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