El tiempo que actualmente le donamos a las redes
sociales es aquel que dejamos de utilizar para realizar actividades productivas
en favor nuestro o de nuestra comunidad. Teniendo en cuenta, que el reconocido
Da Vinci fue no menos que arquitecto, botánico, escultor, escritor, músico,
ingeniero, filósofo, poeta, paleontólogo, urbanista, pintor, anatomista,
inventor, científico y artista; quién pudiera, luego de esta aclaración,
considerarse una persona productiva.
Dejando a un lado el tiempo dedicado al
ciberespacio, las consecuencias que acarrea el estar inmerso por una mayor
cantidad de tiempo que el necesario, son numerosas y alarmantes. Al igual que
una piedra que al caer al río da inicio a innumerables ondas, el uso desmedido
e improductivo de las redes sociales y el mundo virtual genera efectos variados
en la psiquis y el comportamiento del consumidor.
Confío en que cada lector conoce al menos una
persona de su entorno que padece ansiedad, apatía, cansancio o estrés. Así
mismo, considero que solo algunos sabrán la causa de esa aflicción. Pocas de
las veces la misma persona logra reconocer en sí misma el origen de aquello que
sufre, ya que de volverlo consciente, la mejoría sería visible, y el progreso,
inevitable.
El permanecer hasta altas horas de la noche con una
luz incandescente frente a los ojos, deslizando imágenes y analizando palabras
que pertenecen a otro ser humano, un posible desconocido, deriva en
sentimientos diversos y en una disminución de horas de sueño sumamente
necesarias para transcurrir con la energía precisa el próximo día. Como
recuerdo haber leído en un libro que apenas recuerdo su nombre, siempre que nos
comparemos con otro, la angustia puede tocar a nuestra puerta. Las redes
sociales generan constante e inconscientemente esa comparación.
Cabe hacer hincapié en el efecto del mundo
cibernético en los sueños, los cuales se encuentran afectados, ya que muchas de
las veces suelen desarrollarse a partir de las sobras de aquello vivido, visto
o escuchado durante el día.
Es decir, las redes sociales condicionan nuestros
sueños. Existen numerosas frases que expresan que “somos lo que comemos/lo que
pensamos/lo que hacemos/lo que creemos”; más me atrevo a decir que somos
también lo que consumimos. La pregunta pertinente en esta ocasión podría ser:
“con qué me estoy nutriendo para padecer aquello que padezco”.
Al igual que cuando dejamos que un niño sienta la
necesidad de crear su propio juego al distanciarlo de las pantallas y de juegos
que juegan por sí mismos, valga la redundancia; cuando un adulto posee tiempo
libre que no ocupa de forma improductiva, el mismo, crea y crece. Lo que me es
posible vislumbrar en la sociedad que nos compete, es que el ser humano no se
encuentra frente a esa necesidad de crear, al encontrarse diariamente
inmovilizado frente a las pantallas.
Lo descrito anteriormente puede encaminar al sujeto
a sentimientos de apatía, falta de destrezas, estancamiento emocional y
aislamiento social. La humanidad se encuentra desafiada a imponerse a su
vagancia natural, donde se busca economizar cualquier esfuerzo; por lo que debe
imponerse a sí mismo y forjar su voluntad más que nunca antes.
Para concluir, vale la pena aclarar que son
limitados aquellos elementos que podrían denominarse negativos o positivos en
sí mismos, más la relación que se establece con ese objeto puede ser
beneficiosa o destructiva para el ser humano. El mayor desafío que tiene
actualmente el hombre es el de sobreponerse a su propio invento y reinventarse
a sí mismo a partir de su propia esencia.
El célebre Aristóteles hacía ya referencia al justo
medio, donde se es posible optar por el equilibrio entre dos extremos viciosos.
En relación al tema tratado, convendría debatir sobre un posible equilibrio
entre la disforia y la euforia, para poder hallar la añorada paz. MML
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