Clérigo y
Mártir, 07 de Noviembre
Martirologio Romano: En
Soto de Aldovea, Torrejón de Ardoz, Madrid, España, beato Serviliano Riaño
Herrero, clérigo profeso de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, muerto
en tiempos de la Guerra Civil por venerar el nombre de Cristo († 1936).
Fecha de beatificación: 17 de diciembre de 2011, junto a otros 22 mártires, durante el pontificado de
S.S. Benedicto XVI.
Nació en Prioro (León). En 1927 ingresa en el
seminario menor de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada de Urnieta
(Guipúzcoa), donde cursa estudios secundarios hasta 1932, año en el que pasará
al noviciado de Las Arenas (Vizcaya), donde hará su primera oblación en 1933.
Se traslada a Pozuelo de Alarcón para incorporarse a la comunidad del
escolasticado y proseguir los estudios con miras al sacerdocio. Serviliano
sigue siendo el joven humilde, sencillo y siempre muy piadoso, extrovertido y
jovial, se preparaba para dar salida a su celo apostólico en cualquier misión
extranjera.
El 22 de julio de 1936 fue detenido con todos sus
hermanos de comunidad, en Pozuelo. De modo no del todo inesperado y siempre
violento, el convento fue convertido en cárcel. De ella fue sacado Serviliano
con sus compañeros de prisión hasta la Dirección General de Seguridad, situada
en la Plaza del Sol, centro de Madrid. Liberado al día siguiente, comienza una
vida en clandestinidad con algunos de sus compañeros, hasta que el día 15 de
octubre, en una redada de búsqueda y captura, fue de nuevo detenido y
encarcelado.
El 7 de septiembre de 1936 oye su nombre entre los
que son llamados a ser “puestos en libertad”. Consciente de lo que esto
significaba y preparado para aceptar el sacrificio de la oblación cruenta que
Dios le depara, llama al P. Mariano Martín por la mirilla de la celda. Le pide
y recibe la absolución. Con ánimo decidido sube a la camioneta que le
trasladará hasta Soto de Aldovea, lugar cercano a Paracuellos. Allí fue
martirizado.
Su hermana da testimonio:
“Cuando volvió, a mi madre le contó sólo algunas cosas, pero a mí me
dijo que le habían dicho cómo había muerto: le ataron por el brazo con otro, le
ataron las manos a la espalda, le cortaron sus partes, le dieron un tiro y cayó
en la zanja con todos. Lloraba mi padre al contármelo. A la vez manifestaba su
gran convicción de que su hijo era mártir”.
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