Texto del
Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel
momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha
sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo
aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos
profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír
lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
«Te bendigo, Padre»
Comentario:
Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles, Bélgica)
Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del
Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los
lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus
hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc
10,21).
La gratitud es una de las facetas de la humildad.
El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para estar agradecido,
primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de
las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e
inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).
Benedicto XVI, al hablar de la actitud de
adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la presencia de
Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que
brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque el hombre
sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima
de todas las cosas».
Un alma sensible experimenta la necesidad de
manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos hacer para
responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta
«dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la
gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y
cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo
para que seamos en Él una nueva creación» (San
León Magno).
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