Existe una virtud que es tan poco conocida, que ni siquiera sale en el
diccionario. Si la escribes en Word, el corrector te cambiará la palabra por
otra o te la subrayará en rojo. Es muy probable que nunca hayas siquiera oído
hablar de ella. En cambio, su contraparte, el vicio opuesto, es un tema de
conversación frecuente en todos los círculos de todas las razas y estratos
sociales, un trending topic en las redes sociales, y sus consecuencias son tan
devastadoras que el Papa Francisco las ha comparado con el terrorismo.
El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda
palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace culpable (…) de maledicencia el que, sin
razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a
personas que los ignoran. —Catecismo de
la Iglesia Católica, 2477
La benedicencia es la virtud opuesta a la maledicencia. Su forma más
básica es el evitar hablar mal de las demás personas, pero no se limita a esto.
Se trata de procurar hablar y pensar siempre bien de los demás, de esparcir sus
virtudes, cualidades y logros.
La maledicencia es el cáncer de la vida cristiana. Donde existe, reinan
la envidia, el rencor, el juicio, la desconfianza, la intriga, la división, la
sospecha y el recelo. La benedicencia en cambio es un apostolado, como el de
Jesucristo que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,38). Al aplaudir todo lo bueno que hay en los demás, se
crea un clima de aprecio, confianza, buena voluntad, colaboración y favorece a
un mejor desarrollo de todas las capacidades de una persona.
En todos los seres humanos, hay una tendencia a buscar en nuestra
relación con los demás lo que puede llenar nuestras carencias. Buscamos en los
demás lo que nos gusta, pero las cosas en el prójimo casi nunca son como
nosotros querríamos. Eso es excelente, porque las decepciones y las
imperfecciones de los demás nos obligan a amarlos con un amor auténtico,
desinteresado y a no esperar del prójimo la felicidad, la plenitud o la
realización que sólo podemos encontrar en Dios. Es preciso adquirir una
autonomía espiritual, sabiendo que mi compromiso es con Dios. El hecho de que
los demás sean pecadores, a mí no me impide convertirme en santo, ni tengo el
derecho de juzgarlo.
Cuando tenemos una contradicción o un problema con alguien, muchas veces
nos inclinamos a ver una mala voluntad por su parte y hacer valoraciones
morales. En verdad, la mayoría de estas situaciones son simplemente
malentendidos, dificultades de comunicación o diferencias de temperamento. El
demonio, con el fin de hacerte perder toda tu energía espiritual, hará que te
fijes en un montón de cosas negativas de los demás. Entonces te va a dar una
carga de inquietud, tristeza y desaliento, que irá minando poco a poco tu
propio impulso espiritual.
La benedicencia no se trata de ser mentiroso, exagerado ni adulador. El
adulador busca su propio interés, exagerando deshonestamente las cualidades de
los demás para manipular y obtener algo a cambio. En cambio, la benedicencia es
un reconocimiento auténtico, sincero y desinteresado de las virtudes, aciertos
y logros de los demás.
La benedicencia, como toda virtud, exige una conquista personal, no se
da normalmente de modo espontáneo y natural. Tiene en su origen otro hábito aún
más profundo: pensar siempre bien de nuestro prójimo. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34).
Hay que cultivar la bondad, para pensar siempre bien de los demás y
pedirle a Dios la gracia de ver al prójimo como Él lo ve. No hay que ser
deshonesto ni mentiroso, pero es mejor equivocarse mil veces dándole el
beneficio de la duda al prójimo que condenar o difamar una sola vez en falso.
Nadie tiene derecho a herir la buena fama de los demás. Si a fuerzas hay
que realizar una crítica hacia alguien (en el trabajo, en un proyecto o
apostolado, etc.), se debe hacer sólo con quien puede ayudar o solucionar el
problema y con quien tiene derecho de saber. No tienes ninguna razón para
criticar o hablar mal sobre alguien con otra persona que no puede resolver ni
tiene nada que ver con el problema, porque es una falta a la caridad. Tampoco
se justifica que, con el pretexto de amenizar una conversación, se hagan
comentarios o chistes ingeniosos o crueles sobre los defectos de una persona,
sacrificando la caridad por una tonta y cruel satisfacción. Es insensato creer
que así te harás agradable y gracioso.
Si aún no has decidido en qué virtud piensas trabajar este nuevo año que
comienza, la benedicencia es una buena opción. “Si
alguno no peca con la lengua es un hombre perfecto” (Sant 3,2).
Puedes agregar a tu examen de conciencia diario la pregunta “¿he dicho
algún comentario anticaritativo hacia el prójimo?” y te puedes colocar como
meta diaria decir al menos un comentario positivo sobre alguien cada día.
“Construye dentro de tu corazón un sagrario para guardar ahí, como un
tesoro, la buena fama de tus hermanos, y siémbrala entre los demás”. SS
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