«Cada vez que
me preguntan por mi esposa, siempre cuento sus cosas positivas. No porque todo
sea miel sobre hojuelas en mi matrimonio, sino porque hacerlo así fortalece mi
amor y me ayuda a valorarla.»
«Cuando estoy
enojada con mi esposo, más que quejarme con los demás, recuerdo las tres
cualidades que me hicieron enamorarme de él.»
El mejor
secreto para lograr un matrimonio feliz ¡es hablar siempre bien de la pareja! No hay
matrimonio perfecto. ¡Ni siquiera el de Brad Pitt y Angelina Jolie! Los que sí
existen, son los matrimonios perseverantes.
Los esposos
que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro. Siempre buscan
mostrar el lado bueno del cónyuge, más allá de sus debilidades y errores. En
todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen. Esta actitud
no es algo falso, un mero gesto externo. Es fruto de una virtud llamada
benedicencia, que consiste en amar a los demás a través de las palabras. Actuar así no
es ingenuidad, pues no se trata de cegarnos ante las dificultades y puntos
débiles de la pareja. Consiste, más bien, en ampliar el propio horizonte,
colocando esas debilidades y errores en su contexto. Porque, por
más pesados que sean sus defectos, éstos son sólo una parte, no la totalidad de
su ser. Y por ello todos somos siempre susceptibles de recibir amor.
La
benedicencia tampoco te hace más vulnerable y manipulable. Amar al otro no nos
debilita, sin importar la forma en que lo hagamos. De hecho, centrarnos en lo
positivo, fortalece indudablemente nuestra relación. La madurez en
un matrimonio inicia cuando aceptamos con sencillez que ambos somos una
compleja combinación de luces y de sombras. Pero que a partir de ellas juntos
podemos lograr formar un arcoíris. Por eso no es
realista exigir que el otro sea perfecto para seguir amándolo, para valorarlo.
Lo amo como es; me ama como soy. Con sus límites y los míos.
Porque, como
dice el Papa Francisco, «que su amor sea imperfecto no significa que sea falso
o que no sea real. Es real, pero limitado y terreno». Por lo demás, el único
amor humano real tiene que ser así: defectuoso. Ese es el amor
verdadero, el que convive con la imperfección, la disculpa y sabe guardar
silencio ante las limitaciones del ser amado. AG
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