Dice el Diccionario de la Real Academia que convertir es “hacer que alguien o algo se
trasforme en algo distinto de lo que era”. Este significado amplio bien
se puede aplicar al más específico sentido religioso.
“Convertirse
significa cambiar de vida, tomar un
rumbo diferente del que se venía siguiendo, como hicieron los ninivitas
ante la predicación de Jonás”, afirma Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en Lo Inédito sobre los Evangelios.
Recordemos. Dios había decretado la destrucción de Nínive –“ciudad entregada a
los vicios y con conceptos religiosos desviados”- y mandó a Jonás a profetizar,
lo que hizo de mala gana, y hasta con gusto del cumplimiento de los castigos
anunciados, pues los ninivitas eran enemigos de los judíos.
Entretanto, “el rey y el pueblo se tomaron en serio
su palabra, ‘creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo
sayal, desde el más importante al menor' (Jon
3, 5). ¿Por qué actuaron así? Porque el Señor les enseñó sus caminos y los
instruyó en sus sendas”. Los ninivitas, pues, se convirtieron.
“Convertirse significa salir de una situación
materialista, naturalista y humana, para adoptar una actitud angélica,
sobrenatural y divina; olvidar los problemas banales para ponerse en una
nueva perspectiva, no más la del tiempo, sino la de la eternidad, es decir, la
del Reino de Dios”, puntualiza Mons. Clá.
Es decir,
lo humano es el pecado, que tiende al materialismo y al naturalismo, o sea, al
olvido de Dios y al olvido del recurso a Dios para enfrentar los problemas de
nuestra vida. Puede ser un ateísmo profeso, explícito, o mucho más
comúnmente el ‘ateísmo práctico' que practican en demasía los cristianos. Lo
contrario de esto es la actitud de los ángeles que están en el cielo, siempre
en presencia de Dios y adorando a Dios, algunos actuando poderosamente aquí en
la Tierra o rigiendo el Cosmos, pero siempre con el pensamiento y el corazón
vuelto hacia el Creador, viviendo de su gracia y de sus dones. Es a esa posición de espíritu a la que el
autor llama conversión.
Quiere decir, el cambio de vida, el cambio de
comportamiento, en la focalización de Mons. João Clá, es la consecuencia de un
cambio de mentalidad, del paso de una mentalidad naturalista y mundana, a una
mentalidad sobrenatural y con los ojos puestos en la eternidad.
Es el paso
de una mentalidad de ‘super-yo’ egoísta, cerrada sobre sí, ensimismada y
tendiente a la satisfacción sólo de los propios caprichos, a una mentalidad
abierta a Dios, sabedora de lo dependientes que somos de él, contenta
con esta dependencia y fortalecedora de esta dependencia. Una nueva mentalidad
que a todo momento se reporta al Creador, y de Él implora la fuerza para la
faena de todos los días.
Es el paso incluso de ese tipo día ‘con momentos
para Dios’, con instantes ‘para la oración’, a pasar todo el día casi que en
una contemplación constante del Creador y sus misterios, a un día en que se
piensa comúnmente en Dios, en su Palabra, en la Virgen, y se vive en función de
ellos.
Lo que ocurrió en Nínive
fue un milagro de la gracia. Cambiar el egoísmo,
cambiar la mente es algo muy complicado, pues es una construcción que se ha ido
desarrollando con el paso de los años, especialmente con las justificaciones
tontas que hemos ido haciendo de nuestra vida de pecado. Pero justamente cuando
la solución es el milagro, pues ahí está el Hacedor de los milagros para que
nos haga el nuestro. Pidámoslo, para que con nuestra conversión tengamos el
destino feliz de Nínive y no el trágico final que se le había anunciado.
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