Mártires, 18 de Febrero
Elogio: En Beth Lapat,
en el reino de los persas, pasión de los santos Sadoth, obispo de Seleucia, y
ciento veintiocho compañeros mártires -presbíteros, clérigos y vírgenes consagradas-,
que fueron apresados por haber rechazado adorar al sol y, tras crueles
tormentos, sufrieron todos ellos la muerte por sentencia real.
San Sadoth
parece haber actuado como diácono del obispo de Seleucia-Ctesifonte san Simón
Barsabas, a quien representó en el Concilio de Nicea en el año 325. Cuando el
obispo sufrió martirio durante la terrible persecución de Sapor II, Sadoth fue
elegido para sucederle en la sede, la más importante en el reino de Persia, y a
la vez la más expuesta a la tormenta. Esta se volvió más violenta, y por un
breve tiempo Sadoth y algunos de sus clérigos tuvieron que refugiarse en un
escondite desde el que poder dar asistencia y aliento a su afligido rebaño. En
este período san Sadoth tuvo una visión que parecía indicar que había llegado
para él el momento de sellar su fe con su sangre. Él mismo narró el sueño a sus
presbíteros y diáconos reunidos: “Vi en mi sueño una escalera rodeada de luz y
extendida desde la tierra al cielo. En la parte superior se encontraba san
Simeón en gran gloria, me vi a mí mismo en la parte inferior, y me dijo con una
sonrisa: 'Sube, Sadoth. No tengas miedo. Yo subí ayer y hoy es su turno'. Esto
significa que así como él fue asesinado el año pasado, voy a seguirlo yo este
año”.
El rey Sapor
llegó a Seleucia, y san Sadoth fue aprehendido, junto con muchos clérigos y
otros creyentes, 128 personas en total. Fueron arrojados en mazmorras, donde
durante cinco meses sufrieron una miseria y unos tormentos increíbles. Tres
veces fueron puestos en el potro: sus piernas estaban atadas con cuerdas que
fueron estiradas con tanta fuerza que sus huesos se rompían y se escuchaban
astillarse como palos en un haz de leñas. En medio de estas torturas los
oficiales les gritaban: “Adorad el sol y obedeced al rey, si deseáis salvar
vuestras vidas”. Sadoth respondió en nombre de todos que el sol no era más que
una criatura, obra de Dios, hecho para la humanidad, y que no iban a adorar a
nadie más que al Creador. Los oficiales dijeron: “¡Obedeced! O la muerte es
segura e inmediata”. Los mártires clamaron a una voz: “No vamos a morir, sino
vivir y reinar eternamente con Dios y su Hijo, Jesucristo”.
Estaban
encadenados en parejas y fueron conducidos fuera de la ciudad, cantando
alegremente por el camino. La oración y la alabanza no cesaron hasta la muerte
del último de la bienaventurada compañía. El propio san Sadoth, sin embargo,
fue separado de su grey y llevado a Bait-Lapat, donde fue decapitado después de
haber sido obispo por menos de un año.
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