Texto del Evangelio (Lc 5,33-39): En aquel
tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos
de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los
fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer
ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán
en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».
Les
dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo
a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el
remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro
modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los
pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos
nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice:
‘El añejo es el bueno’».
«¿Podéis
acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?»
Comentario: Rev. D. Frederic
RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)
Hoy, en nuestra
reflexión sobre el Evangelio, vemos la trampa que hacen los fariseos y los
maestros de la Ley, cuando tergiversan una cuestión importante: sencillamente,
ellos contraponen el ayunar y rezar de los discípulos de Juan y de los fariseos
al comer y beber de los discípulos de Jesús.
Jesucristo nos dice
que en la vida hay un tiempo para ayunar y rezar, y que hay un tiempo de comer
y beber. Eso es: la misma persona que reza y ayuna es la que come y bebe. Lo
vemos en la vida cotidiana: contemplamos la alegría sencilla de una familia, quizá
de nuestra propia familia. Y vemos que, en otro momento, la tribulación visita
aquella familia. Los sujetos son los mismos, pero cada cosa a su tiempo:
«¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está
con ellos? Días vendrán...» (Lc 5,34).
Todo tiene su
momento; bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa: «Un tiempo de rasgar y un
tiempo de coser» (Qo 3,7). Estas
palabras dichas por un sabio del Antiguo Testamento, no precisamente de los más
optimistas, casi coinciden con la sencilla parábola del vestido remendado. Y
seguramente coinciden de alguna manera con nuestra propia experiencia. La
equivocación es que en el tiempo de coser, rasguemos; y que durante el tiempo
de rasgar, cosamos. Es entonces cuando nada sale bien.
Nosotros sabemos que
como Jesucristo, por la pasión y muerte, llegaremos a la gloria de la
Resurrección, y todo otro camino no es el camino de Dios. Precisamente, Simón
Pedro es amonestado cuando quiere alejar al Señor del único camino: «¡Tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23). Si podemos gozar de unos momentos de paz y de alegría,
aprovechémoslos. Seguramente ya nos vendrán momentos de duro ayuno. La única
diferencia es que, afortunadamente, siempre tendremos al novio con nosotros. Y
es esto lo que no sabían los fariseos y, quizá por eso, en el Evangelio casi
siempre se nos presentan como personas malhumoradas. Admirando la suave ironía
del Señor que se trasluce en el Evangelio de hoy, sobre todo, procuremos no ser
personas malhumoradas.
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