Ésta es toda la mención de Rufo que tenemos, y que motiva el evocarlo en el Martirologio. En el mismo pasaje el Apóstol menciona unas 25 personas más también de forma elogiosa y cariñosa, pero no todas han pasado al Martirologio, ¿por qué Rufo sí? Ya he comentado en otras hagiografías correspondientes a personajes del siglo I, cómo en los siglos II y III se puso en marcha algo que podríamos llamar «mentalidad armonizadora», que encontraba relaciones de personajes basada en lo que nosotros diríamos «evidencia circunstancial», pero que permitía que todo ese mundo del siglo I, que con la incorporación plena de los gentiles a la Iglesia, la ampliación del campo de evangelización, y en general el surgimiento de nuevos problemas para la Iglesia que no estaban contenidos en los evangelios, había quedado un poco desdibujado y desconocido.
Así, este Rufo de Romanos 16,13, fue identificado, por sólo la coincidencia del nombre, que es más bien común, con el Rufo mencionado en Marcos 15,21: «Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz.» Marcos se consideraba (y se considera en general aun hoy) escrito en Roma, o vinculado a la comunidad de Roma, y como Rufo era mencionado en la Carta de san Pablo a los Romanos... tenía que ser el mismo. Que alguien sea mencionado una vez, es ocasional, pero que lo sea dos, ya casi podemos hablar de un integrante de la familia. Y así esos personajes tan alejados y desconocidos, se volvían para el lector alguien de quien se podía hablar.
Lamentablemente la crítica histórica no avala que el capítulo 16 de la Carta a los Romanos forme parte integrante de la Carta a los Romanos desde su origen. En algunos manuscritos antiguos no está, pero el argumento más decisivo es que ese fragmento contiene muchísimos saludos de Pablo a gente que vive en una comunidad que Pablo no conoce personalmente, lo que es de por sí bastante extraño, la hipótesis habitual es que el capítulo 16 fue en su origen una esquela separada con la que san Pablo encomendaba a la diaconisa Febe a una iglesia que no era la originaria de ella (Cencreas, en Corinto); esa iglesia podría haber sido Éfeso (sobre este punto hay mucho desacuerdo). Rufo sería un miembro conocido de esa comunidad.
Por supuesto, eso no quita la justicia de recordar a Rufo, ya que el elogio, «escogido del Señor», que hace de él Pablo, es suficiente recomendación, y de paso recordar junto con él a todos esos casi anónimos miembros de las primitivas comunidades cristianas, que con su osadía de romper con los moldes religiosos establecidos para su época, abrieron el camino a la fe que nosotros profesamos.
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