Persistir es clave para afrontar un mundo adverso en
constante cambio y repleto de incertidumbres. La neurociencia nos explica por
qué es mucho mejor persistir que resistir, actitud esta última de la que se ha
hablado mucho durante la pandemia, pero menos efectiva por su componente más
inflexible y menos proactivo.
Para el español David Bueno, doctor en biología,
profesor e investigador neurocientífico, persistir es una actividad biológica,
una actitud vital que comporta una serie de “consecuencias interesantísimas
desde la perspectiva individual y social”.
En entrevista a EFEsalud, Bueno nos cuenta cómo puede potenciarse y perfeccionarse a través de
la experiencia y la observación y cómo esta práctica lleva a generar conexiones
neuronales que están directamente ligadas a la actividad de la corteza
prefrontal que es la que se relaciona con los sentimientos subjetivos de
felicidad. También
con la capacidad de razonamiento, la anticipación realista de las situaciones,
la toma de decisiones y la gestión emocional.
En su último libro ‘El arte de persistir’ (RBA)
explica cómo la crianza, la educación, el medio ambiente, la memoria y hasta la
lengua influyen en la forma en que cada individuo afronta los cambios y las
incertidumbres y cómo esta práctica contribuye a las conexiones neuronales
antes citadas.
“Así las diferentes
formas de ver el futuro y de imaginarlo dependen de parámetros de
funcionamiento cerebral asociados de forma directa a características de la
personalidad, como el optimismo o la perseverancia”. Pero la estructura cerebral, refiere, “no nos viene
dada desde el nacimiento y tanto las experiencias pasadas como el momento
presente influyen en cómo se construye y se reconstruye el cerebro”.
Un cerebro humano está formado, de media, por unos
86 mil millones de neuronas pero la cifra no es especialmente relevante para
nuestras funciones cognitivas y la forma en las que las manifestamos. Pero “tener diez
millones de neuronas más no implica disponer de capacidades extraordinarias, y
tener diez millones menos no conlleva ninguna carencia significativa”, precisa.
La vida mental surge de las conexiones que crean
las neuronas entre ellas, y es aquí donde estriba la importancia funcional del
cerebro. Se calcula que de media un
cerebro humano contiene unos doscientos billones de conexiones, “pero un
cerebro estimulado, que lee, piensa, estudia, disfruta, juega… puede tener
hasta mil billones”.
Persistir frente a resistir
Cuando vienen mal dadas o estamos en un callejón sin salida, apunta este
profesor, resistir es una de las opciones posibles aunque a menudo pueda
terminar convirtiéndose en una especie de obligación cognitiva “y podemos
pensar que no hay más alternativa por falta de flexibilidad y en consecuencia
de capacidad transformadora”.
Soportar los golpes no es dejarlos atrás sino continuar recibiéndolos, y
esto implica una actitud estática, “mientras que la persistencia está más
relacionada con el optimismo, la motivación y la capacidad de
autotransformación”. Por
otra parte, las neurohormonas implicadas en la motivación y en el placer
también estimulan sensaciones de optimismo. “Por este motivo las personas motivadas tienden a ser más optimistas y
las optimistas tienden a motivarse con más facilidad”.
Tres elementos claves
Según la psicología positiva, los tres elementos clave para el optimismo
y una actitud de esperanza son:
1.- Tener objetivos, esto es planificar el futuro
2.- Encontrar diferentes maneras de alcanzarlos, es decir mantener una
flexibilidad cognitiva adecuada.
3.- Creer en la propia capacidad transformadora, en definitiva
persistir.
En resumen, fomentar desde la infancia las habilidades que conducen a la
persistencia supone, a juicio de David Bueno, una gran inversión individual y
social, pero no todo está perdido sino ha sucedido así.
Cuando uno es adulto también puede empezar a trabajar en estas claves,
alejarse del pesimismo, e intentar desarrollar el optimismo y la proactividad
ante cambios y adversidades. El esfuerzo conducirá a activar las conexiones
neuronales de la corteza prefrontal y a medida que lo trabajamos, potenciamos
la persistencia.
“Cada vez que nos damos cuenta de una actitud negativa
y poco proactiva -y para darse cuenta hay que hacer introspección- debemos
esforzarnos, porque cada vez que nos esforzamos más para buscar nuestras
propias motivaciones, las conexiones que se activan en el cerebro se refuerzan”.
Esto significa que en ocasiones venideras cuando busquemos la
proactividad y el optimismo, lograrlo será algo más fácil, concluye este
profesor que actualmente ocupa el cargo de director de la Cátedra de
Neuroeducación UB-EDU1EST de la Universidad de Barcelona. BP
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