Religioso y
Mártir, 01 de Septiembre
Martirologio Romano: En
diversos lugares de la diócesis de Lleida (Lérida), España, Beatos Mariano
Alcalá Pérez y 18 compañeros de la Orden de la Bienaventurada Virgen de las
Mercedes, asesinados por odio a la fe. († 1936-37)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el
pontificado de S.S. Francisco.
Nació en Híjar el 22 de octubre de 1858, de Antonio
y Rafaela, en la casa de los Espinagueros, de buena posición económica. Fue
llevado a la fuente bautismal al día siguiente de nacido. Un sobrino cuenta que
ningún domingo faltaba al rosario de la Aurora, frecuentaba los sacramentos,
cantaba en el coro parroquial, llevaba una vida muy retirada y recogida, no
gustaba de las fiestas. Buena base para un santo.
Ingresó cuarentón en El Olivar, previa la dispensa
de edad, vistiendo el hábito el 14 de abril de 1903 de manos del padre Nicolás
Paracuellos, ante el padre Felipe Magrazo, y profesando los votos simples el 27
de abril de 1904, ante los padres Mariano Pina y José Gómez. Desde el principio
vivió gozosamente su entrega a Dios. Ya venía piadoso, ahora aspiraba a la
perfección; por más que no le resultara fácil, teniendo que hacer un esfuerzo
supremo para adaptarse a la vida regular. Se acomodó, pues desde el primer día
resultó edificante por ser laborioso, penitente, prudente, mesurado, devoto.
Tenía claro a qué venía.
Y así ni en él ni en la comunidad hubo titubeos al
cumplirse el plazo de la profesión solemne, que emitió el 28 de julio de 1907,
ante los padres Manuel Martín, Mariano Pina y Felipe Magrazo. La víspera había
hecho su renuncia de bienes: tenía prestadas 555 pesetas al 1% y un hermano le
debía otras 80; repartió a sus dos hermanos una casa y 160 pesetas, dejando al
Convento el resto del capital, así como la yegua y otras cosas que trajera al
enclaustrarse. Era como quemar las naves.
Recalará en El Olivar, y aquí vivió siempre,
llevando una existencia sin ninguna notabilidad, sólo se cuenta de él que en
1931 le cayó encima la puerta del huerto que da a la chopera. Mi padre Vicente
comenta que era muy retirado y estaba siempre trabajando en el huerto.
Su ministerio fue el huerto, el gallinero, la
portería. Y ponía toda su fe, su ilusión y su rancio saber de campesino en sacar
buenos tomates, ofrecer óptimos prescos; obtener sabrosos huevos y hermosos
conejos… Cavaba, plantaba, regaba, podaba, de sol a sol, con generosidad.
Cuando se le invitaba a descansar en la sombra, respondía afectuosamente:
Descansar, en el cielo. Aprovechaba el tiempo al máximo, nunca se hallaba
ocioso. Eso sí, tenía asediada a la Virgencica de El Olivar: Madrecica, que
llueva; Morenica, esos nubarrones… ten en cuenta que hay muchas bocas en casa… esos
estudiantes son jóvenes y han de comer.
Rezaba, rezaba a todas horas, en el campo, en los
corrales, en la celda. Si sonaba el ángelus, se hincaba de rodillas donde
estuviera, aunque el suelo fuera un pedregal, y con quien estuviera; se recogía
profundamente; luego se secaba el sudor, y al tajo. Cuando tenía las manos
libres, indefectiblemente sus dedos estaban acariciando las cuentas del
rosario. Si no podía estar en el agro, si tenía arreglados los animales, se
ponía a leer libros piadosos; se iba al coro, al camarín de la Virgen, a la
iglesia, siempre arrodillado aún cuando envejeció. Cuánto gozaba con la misa,
qué arrobos ante el sagrario, qué confidencias con la Madre.
Su meticulosidad, su observancia regular, la eximia
puntualidad a los actos comunitarios… imponderables. Con los superiores se
pasaba de reverente, tan respetuoso que ante ellos no hablaba si no era
preguntado. ¿Su mortificación? extrema, no se permitía tocar un fruto del
huerto, con lo tentadoras que eran las cerezas primerizas, las higas
septembrinas, los pepinos que él cultivaba; si alguien lo tentaba, respondía
terminante: La Regla, la Regla. Pero es que además, si alguien le solicitaba
algún fruto, aunque fuera la Molinerica, aún siendo sumamente amoroso y
humilde, decía que lo pidiesen al padre comendador, pues él no podía disponer de
nada por su voto de pobreza. Eso es casta.
Siempre alegre, feliz, rebosando paz y felicidad.
Dirá de él un sacerdote, que era el perfume de la santidad del Convento, que
ciertamente fuera canonizable aunque no hubiera muerto mártir, pues acumulaba
todas las virtudes. Y el padre Manuel Sancho aseveraba que fray Antonio a sus
ochenta años conservaba la inocencia bautismal.
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