El empleo del agua bendita es antiquísimo, y hay testimonios de la
costumbre de usarla ya entre los primeros cristianos. “La Iglesia recomienda su
uso aun fuera de la liturgia como medio para alejar las insidias del diablo,
para conjurar los peligros, para atraer las bendiciones celestiales sobre las
casas, el campo, el trabajo, las personas. El deseo de los fieles de usar
frecuentemente este sacramental hizo nacer la costumbre generalizada más tarde
de poner a la entrada de la iglesia la llamada ‘pila del agua bendita’. En los
siglos VIII a IX el agua bendita adquiere el largo empleo que todavía conserva
en toda clase de bendiciones”.
Santa Teresa de Jesús era particularmente devota y la usaba cuando tenía
tentaciones y desconsuelos; dice ella: “Debe ser grande la virtud del agua
bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma
cuando la tomo”. Una de las compañeras de la Santa, Ana de Jesús, cuenta en el
proceso de beatificación: “Nunca quería que caminásemos sin ella (sin agua
bendita). Y por la pena que le daba si alguna vez se nos olvidaba, llevábamos
calabacillas de ella colgadas a la cinta, y siempre quería la pusiéramos una en
la suya, diciéndonos: ‘no saben ellas el refrigerio que se siente teniendo agua
bendita; que es un gran bien gozar tan fácilmente de la sangre de Cristo’. Y
cuantas veces comenzábamos por el camino a rezar el Oficio Divino, nos la hacía
tomar”.
Y en una de sus cartas escribe a una persona que sentía mucho temor:
“Este temor que dice, entiendo cierto debe ser que el espíritu entiende siente
el mal espíritu, y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el
alma, o sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más
huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Alguna no paraba en solo miedo,
que me atormentaba mucho; esto para sí solo. Mas, si no le acierta a dar el
agua bendita, no huye, y así es menester echarla alrededor”. MAF
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