Obispo, 01 de
Noviembre
Se cuenta que San Marcelo nació en París. Sus
padres no se distinguían por su alto nivel social, pero la santidad de Marcelo
fue su mejor linaje.
El joven se entregó enteramente a la práctica de la
virtud y a la oración, de suerte que, según su biógrafo (Venanzio Fortunato),
parecía completamente desprendido del mundo y aun del cuerpo.
Prudencio, el arzobispo de París, viendo el
carácter serio de Marcelo y los rápidos progresos que había hecho en las
ciencias sagradas, le ordenó de lector y más tarde le hizo archidiácono suyo.
A partir de entonces, el santo realizó, según se
dice, muchos milagros. Cuando murió Prudencio, Marcelo fue elegido unánimemente
para sucederle.
Se dice que, con su autoridad y sus oraciones,
defendió a su grey contra las invasiones de los bárbaros. Su biógrafo refiere
milagros extravagantes, entre otros, una señalada victoria sobre un dragón.
Pero, como comenta Alban Butler, “la veracidad de estos hechos depende de la
del autor, quien escribió cien años después y, siendo extranjero, debió fiarse
de hablillas y leyendas populares”.
San Marcelo murió a principios del siglo V. Su
cuerpo fue sepultado en la catacumba de su nombre en la ribera izquierda del
Sena; actualmente ese distrito es un suburbio de París y se llama
Saint-Marceau.
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