domingo, 3 de noviembre de 2019

Teresa Manganiello, Beata

Terciaria Franciscana, 04 de Noviembre
Martirologio Romano: En Montefusco, Italia, beata Teresa Manganiello, laica, de la Tercera Orden de San Francisco (1876)
Fecha de beatificación: 22 de mayo de 2010 durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.

Teresa nació en un pequeño pueblo llamado Montefusco, en la provincia de Avellino, al sur de Italia. Fue la penúltima de 11 hijos. Nunca asistió a la escuela, y se dedicaba, como muchos niños campesinos de aquella época, a las labores de la casa y del campo. A los 18 años manifestó su deseo de consagrarse a Dios. El 15 de mayo de 1870 a los 21 años, vistió el hábito terciario franciscano y al año siguiente hizo la profesión de los votos tomando el nombre de hermana María Luisa. Recibió dirección espiritual del padre Ludovico Acernese, quien dejó numerosos escritos sobre las virtudes principales de Teresa.
Uno de los rasgos más admirables de Teresa fue la inocencia de la vida, la gran devoción al Señor crucificado con finalidad reparadora de los pecados del mundo, en espíritu de penitencia. Con un corazón noble y abnegado y con una capacidad de ponerse en el lugar de los demás, Teresa vivía siempre preocupada por los más pobres, tanto material como espiritualmente: no negaba nunca ayuda a quien pasara. Repartía panes, vestidos, tenía por iniciativa suya una especie de farmacia rudimentaria con hierbas cultivadas por ella para las pequeñas enfermedades que se difundían en aquel entonces. “A su puerta llamaban los pobres, los enfermos, los oprimidos de todo tipo y ella los acogía con una sonrisa y con una palabra cálida, dando remedios y amor, consejos, medicinas para la curación del cuerpo y del alma”, según testimonia la hermana Daniela del Gaudio, miembro de la comunidad de las Hermanas franciscanas Inmaculadinas.
Su vida no estuvo exenta de pruebas y sufrimientos como la incomprensión por su estilo de vida tan austero y por el proyecto de la nueva fundación de una comunidad religiosa que no todos aprobaban. Además, Teresa hacía siempre grandes mortificaciones y penitencias físicas. En la casa madre de esta comunidad se conservan los instrumentos con los que hacía estas penitencias. Ella decía constantemente que practicaba esto “porque me lo pide el Señor”. Los momentos de oración eran su prioridad sobre cualquier cosa. No importa si llovía, nevaba o el sol de verano golpeaba fuerte, Teresa todos los días caminaba los tres kilómetros que separaban la iglesia más cercana con su casa.
Muchos la llamaban ‘la analfabeta sabia’, y asegura el postulador de la causa que pese a su poca formación académica “Era muy sabia teológicamente y muy profunda. No era ingenua, era inocente. No sabía leer ni escribir pero conservaba todo lo que aprendía”. “Tenía un espíritu de meditación y contemplación y cuando encontraba a la gente se presentaba con sencillez y profundidad y sorprendía a las personas cultas”. Para el mismo postulador, se trata de una “sabiduría sobrenatural”.
Tenía sólo 27 años cuando fue contagiada de tuberculosis. Enfermedad que la llevó a la muerte en 1876. Teresa supo transformar su lecho de muerte en una cátedra de sabiduría, de vida y de amor. Cinco años después de su partida, el padre Acernese fundó las hermanas Franciscanas Inmaculadinas, inspirado en la compañía que brindaba a Teresa y sabiendo que ella soñaba con ver nacer y florecer esta comunidad. Por ello, las religiosas de esta orden la llaman ‘piedra angular’ de esta comunidad, aunque no fuera materialmente la fundadora.

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