Estad en vela.
Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada
insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos
de los tiempos. Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia
a esta ‘vigilancia’ para estar preparados ante la venida inminente del Señor.
Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de
cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la
historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: “Es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada
generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre
el sentido de la vida presente y futura...”.
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un
hecho doloroso: “Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente,
se desentienden de la religión”. ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos
conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al
materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de
escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar
ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado
nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se
marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha?
¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras
comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos,
acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que
habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que
necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido
de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán
encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que
no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el
“escándalo permanente” de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién
les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para
la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado
e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es
posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno. JAP
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