En un pueblecito
perdido en lo más recóndito de nuestro territorio, llegó un día un curandero,
con una gran fama que le precedía de los muchos otros pueblos que había
visitado.
-“¡Ya llegó! ¡Aquí
estoy con la cura para curar cualquier enfermedad! Tengo remedio para todo,
para el hervor de estómago, el dolor de rodillas, el malestar de cabeza…
¡Vengan, vengan y consigan el remedio que esperaban!”
Así gritaba el brujo
en el parque del pueblecito, encaramado sobre un destartalado cajón y
amparándose en la sombra de un frondoso árbol, donde toda la gente podía verlo
con facilidad.
Y desde lejos, un
joven de cierta educación, que iba pasando por el pueblo, permaneció allí
durante algún tiempo observando todo el alboroto.
-“¡Pidan lo que
necesiten! ¿Cuál es su dolencia? ¡Pidan, pidan!”
Y la primera fue una
mujer:
--“Tengo dos años con
un dolor de huesos que me está matando. No hay día que no me duelan y nada me
lo ha podido curar…”
-“¡Doña! ¡Aquí tengo
lo que usted necesita! Tenga, hierva estas hojas y tómese dos tazas cada hora y
verá que en tres días, adiós dolores…”
Y más atrás tronó
otro que gritaba:
--“Llevo más de un
mes sin poder dormir. Cuando cierro los ojos, me entra un ardor de estómago que
no duermo. Y vea, tengo hijos que mantener y no estoy rindiendo en el trabajo,
porque todos los días llego desbaratado.”
-“¡Caballero! Lo que
usted necesita es un masajito diario con este aceite milagroso de flor
silvestre. ¡Únteselo antes de acostarse y verá que en cinco días dormirá que
tendrán que jamaquearlo para que se despierte!”
Y así siguió la cosa,
y parecía que el brujo tenía cura para todo, y todo el mundo vociferaba sus
dolencias y en minutos el curandero les ponía el remedio en las manos…
El joven aquel, que
miraba desde lejos, se acercó para pedirle a aquel hombrecito feo y jorobado
algún remedio para el mal que lo aquejaba…
Y mientras el brujo
seguía vendiendo sus botellas y brebajes y unturas y yerbas, el joven alzó la
mano, y elevando la voz por entre todas las del pueblo, dijo:
--“Si eres capaz de
curarlo todo, dame algo para este mal que traigo…”
El brujo fijó sus
ojos en el joven, y la gente guardó silencio.
-“¿Qué cosa te
duele?” preguntó el brujo, y el joven rápidamente contestó:
--“El alma”.
-“¿El alma? Pero don,
yo no puedo curar esas cosas…”
-“Entonces –respondió
el joven, obviamente irritado-- ¿por qué pregonas que eres capaz de curarlo
todo, cuando no tienes remedio para sanar lo más importante?”
Y poco faltó para que
de una patada tumbara el cajón y los frascos que el viejo brujo exhibía. Una
mano se lo impidió. Una mano suave que se posó sobre su hombro.
--“¿Te duele el
alma?”
Era una muchacha de
mirada pura y apacible la que le hablaba y el joven, al verla, respondió
ruborizado:
--“Sí. Llevo muchos
años así, y no he podido encontrar quién me cure”.
Los del pueblo se
quedaron sin habla y sin respiro. El brujo tenía una cara muy brava, sin lugar
a dudas muy disconforme con lo que estaba sucediendo. Ese joven lo había hecho
quedar muy mal delante de todo el pueblo.
La chica miró
fijamente al joven en los ojos, y le dijo:
--“¿Sufres soledad,
no es así?”
Y como el joven
asintiera con la cabeza, ella afirmó:
--“Lo que necesitas
es orar”.
El brujo se burló.
--“Y ¿qué es orar?”
preguntó el joven.
--“Es saber que Alguien
te escucha y te comprende. Es dialogar con Alguien a quien tú le interesas más
que cualquier otra cosa. Es sentirte querido, es sentirte acogido”.
Y el joven, con el
rostro iluminado y una leve sonrisa dibujada en los labios, exclamó:
--“Eso es justamente lo que anduve buscando durante años: ¡que alguien me hiciera caso y se preocupara por mí!”
--“Eso es justamente lo que anduve buscando durante años: ¡que alguien me hiciera caso y se preocupara por mí!”
El joven se alejó
brincando sobre su propia sombra, mientras el brujo, con toda la multitud
mirándolo fijamente, recogía sus bártulos para irse con su música a otra parte.
Y así lo cuenta la
leyenda que recogí en algún momento y que ahora les relato… y que concluye
afirmando que el hombre no sólo es un cuerpo sano o enfermo. El hombre también
es alma, espíritu. Hay dolores que ni la medicina ni las terapias, ni los
interminables tratamientos pueden eliminar. Dolores del alma, que conocemos con
el nombre de soledad, de tristeza. Orar, orar mucho. No hay cura más confiable
que la oración. JRP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario