La doxología
que el sacerdote pronuncia al concluir la Plegaria eucarística de la Santa Misa
–“Por Cristo, con Él y en Él”-, visualizada en estos estandartes que adornan el
presbiterio, nos ofrece el marco de los tres eventos que hoy nos convocan: “Por
Cristo” –Año Jubilar Sacerdotal-; “con Cristo” –Adoración Perpetua-; “en
Cristo” –renovación de la Consagración de Palencia al Sagrado Corazón de
Jesús”.
La imagen del
Cristo del Otero se asoma de medio cuerpo en el estandarte, mostrando su
rostro, de forma velada… ¡Todo un símbolo de nuestro seguimiento al Señor: en
curso pero inacabado! Le conocemos, aunque todavía es un misterio por explorar;
le amamos, pero en una medida inferior a la que Él tiene derecho a recibir de
nosotros; esperamos en Él, pero no somos inmunes a los desalientos y
desesperanzas…
En esta
solemnidad del Corazón de Jesús, fijamos nuestros ojos en esta su imagen, con
el deseo de ver cumplida la profecía de Zacarías citada en el Evangelio de San
Juan: “Mirarán al que traspasaron” (Jn
19, 37). A Santa María, la que no sólo “miró” sino que llegó a “ver” el
misterio de amor que se escondía en el Corazón de su Hijo, le pedimos que nos
acompañe y ayude a abrir nuestro corazón en este acto de fe que nos disponemos
a realizar.
Por Cristo
No es muy
difícil suponer cómo nació la decisión del Papa de convocar este Año Jubilar
Sacerdotal. El sucesor de Pedro, gracias al ejercicio de su ministerio, tiene
una “atalaya” privilegiada para ver los problemas que acucian a la Iglesia, así
como para discernir las prioridades pastorales que deben ser acometidas.
La
preocupación por los sacerdotes ocupa un lugar prioritario en el corazón del
Papa y en el Corazón de Cristo. También ha de ocuparlo en el nuestro. ¡He ahí
la razón de ser de este Año Jubilar! Las palabras de Benedicto XVI son muy
claras: “Para favorecer la necesaria tensión de los sacerdotes hacia la
perfección espiritual, de la cual depende en gran medida la eficacia de su
ministerio, he decidido convocar un Año Sacerdotal especial”. ¡Qué gran
responsabilidad tenemos los sacerdotes! Sin exageración alguna podemos afirmar
que los fieles que nos son encomendados, se van a ver condicionados, en gran
medida, por nuestra santidad o por nuestra mediocridad.
En
consecuencia, tenemos que aprovechar este Jubileo para reavivar la gracia que
recibimos el día de nuestra ordenación sacerdotal, por la imposición de las
manos (2 Tm 1, 6). Nuestra identidad
sacerdotal necesita de la celebración diaria y devota de la Santa Misa, la
confesión frecuente, el rezo ordenado de la Liturgia de las Horas acompañado de
la oración mental, la lectura de la Palabra de Dios, el rezo del Santo Rosario,
la práctica habitual de los retiros sacerdotales y de los ejercicios
espirituales anuales, el estudio ininterrumpido del Magisterio de la Iglesia,
el recurso habitual a la dirección espiritual, el trato de amistad y la
adhesión cordial con el Obispo y con los hermanos del presbiterio… La caridad
pastoral ha de ser alimentada, de modo similar a como aquellas lámparas de las
cinco vírgenes sensatas eran provistas de aceite (cfr. Mt 25, 1ss) ¡Estoy
seguro de que si viviésemos intensamente estos medios de gracia, estaríamos
desarrollando ya, sin pretenderlo incluso, la más eficaz de las campañas
vocacionales!
El Año Jubilar
Sacerdotal se inaugura coincidiendo con los 150 años del fallecimiento del
Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney. Quien hasta ahora era patrono de los
párrocos, pasa a ser, según nos anuncia el Papa, patrono de todos los
sacerdotes, independientemente de su cargo pastoral.
Fijémonos en
la figura de nuestro patrono: no fundó nada fuera de su aldea de 230
habitantes, no escribió ningún libro, no organizó ningún viaje, no alcanzó
ningún título académico, no asumió ningún cargo diocesano de responsabilidad…
Se limitó a luchar hasta la extenuación por la oveja perdida en aquella lejana
y diminuta aldea de Francia; se convirtió en un apóstol del confesionario,
celebró la Santa Misa con gran devoción, catequizó a los niños con paciencia,
visitó a los enfermos como a los preferidos de Cristo… Fue “simplemente”
¡sacerdote!
Con Cristo
Como bien
sabéis, nos disponemos también a inaugurar la Adoración Perpetua en Palencia.
Al concluir esta Eucaristía saldremos en procesión con el Santísimo Sacramento
hasta la capilla de las Clarisas, donde será ubicada esta Adoración Permanente.
No dudéis de
que estemos comenzando un proyecto vital para nuestra Diócesis. Nuestro
objetivo es que haya siempre uno o varios palentinos ante el Santísimo
Sacramento, intercediendo por la Iglesia y por el mundo entero. La importancia
de la oración la vemos reflejada en la misma vida de Jesucristo. En efecto, el
Evangelio nos cuenta que Jesús buscaba con frecuencia lugares solitarios y
silenciosos, incluso robando horas al descanso nocturno, para hacer oración.
La eficacia de
la evangelización no tiene como único instrumento la predicación o la
administración de los sacramentos. Dentro del Cuerpo Místico de Cristo, existe
una vocación muy especial de “maternidad espiritual”, que ejercitamos
practicando la caridad, ofreciendo sacrificios y rezando, bien sea por los
sacerdotes, bien sea en favor de nuestros familiares y conocidos, bien sea por
otras personas necesitadas de la ayuda divina para poder afrontar situaciones
complicadas en sus vidas… La Adoración Perpetua es una continua intercesión de
unos por otros, que nace de la conciencia de que nada somos sin la gracia de
Dios. Como dice el Salmo, “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan
los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los
centinelas”.
Leo
literalmente la invitación (8-XII-2007) que nos dirigió a todos los obispos el
Cardenal Hummes, Precepto de la Congregación para el Clero: “Suscitemos en la
Iglesia un movimiento de oración, que coloque en el centro la adoración
eucarística continuada durante las veinticuatro horas, de tal modo, que de cada
rincón de la tierra se eleve siempre a Dios incesantemente una oración de
adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal
de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y,
al mismo tiempo, acompañar espiritualmente –a nivel del Cuerpo Místico- con una
especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio
ministerial”.
Pero, la
Adoración Perpetua no será solamente un ejercicio para hablar con Dios; sino
que será también –principalmente- un lugar de escucha. ¡Cuántas cosas quiere
decirnos Jesucristo, y no encuentra en nosotros el momento de silencio y de
acogida necesario! Si deseamos que el Espíritu Santo ilumine los pasos de
nuestra vida, tendremos que ponernos en oración y darle ocasión para que nos
inspire… ¡¡Qué menos!!
Por ello, os
animo de corazón a que participéis en este proyecto. Yo mismo deseo implicarme personalmente
en él. Soy beneficiario de vuestra oración, lo cual os agradezco profundamente,
pero también estoy llamado a ser intercesor en favor vuestro. Dios nos ha
puesto a unos en el camino de los otros, estamos todos en la misma barca –la
barca de Pedro-, nuestra meta es la misma, los peligros que nos acechan son muy
similares… ¿No será lógico y normal que recemos unidos, los unos por los otros,
creciendo así en conciencia de corresponsabilidad en medio de la Iglesia y del
mundo?
En Cristo
Por último,
nos disponemos a renovar la Consagración de Palencia al Corazón de Jesús. La
realizó por primera vez en esta Diócesis, hace 110 años, el entonces Obispo de
Palencia, Enrique Almaraz.
La
Consagración al Corazón de Jesús es un acto tan sencillo como profundo. Se
trata de reafirmar consciente y libremente que hemos nacido del amor de Dios, y
que reconocemos a Cristo como nuestro Salvador. Consagrarse es decirle a Cristo
“totus tuus”, somos “plenamente tuyos” y queremos serlo en la práctica, no sólo
en la teoría. Consagrarse es volver al “amor primero” del que nunca nos
debiéramos haber alejado. Lo más trágico que ha podido suceder en nuestra vida
es haber dado la espalda al Amor de Dios. Y, por el contrario, lo más gozoso es
el regreso al Corazón de su Hijo Jesucristo, para comprobar que nuestro nombre
ha estado inscrito en él desde toda la eternidad.
Pero, vamos a
señalar un matiz importante, ya que no se trata de un acto meramente
individual. Consagramos Palencia entera al Corazón de Jesús… ¿Por qué?
Somos corresponsables
de lo que ocurre a nuestro alrededor. Jesús nos advirtió de ello al dirigirnos
aquella palabra de vida: “El que esté libre de pecado, que tire la primera
piedra” (Jn 8, 7). Por ello, la
Consagración al Corazón de Jesús tiene también un componente importante de
reparación, no sólo por nuestros pecados, sino también por los de los demás. En
realidad, el mundo no se divide en buenos y malos, sino en corresponsables e
irresponsables. El Cirineo no era menos pecador que los demás, pero tuvo la gracia
de cargar unos metros con el peso del pecado del mundo, aliviando las espaldas
de Jesucristo.
Consagrar
Palencia al Corazón de Jesús supone también una toma de conciencia de que
necesitamos abrirnos a Cristo para poder ser felices en nuestras relaciones
sociales. La experiencia nos está demostrando que la auténtica justicia social
se funda en Cristo, de forma que cuando le damos la espalda a Dios, nos
embrutecemos; llegando incluso a ser incapaces de reconocer la dignidad de todo
ser humano, especialmente de los más débiles… ¡Sin Cristo no hay justicia
social! ¡Sin Cristo no hay hombre!
Ahora bien, el
hecho de que consagremos Palencia entera al Corazón de Jesús, no quiere decir
que estemos imponiendo nuestra fe a nadie. Cristo se propone, no se impone. Cristo
está deseando llevar a cabo su reinado de amor entre nosotros, pero está
esperando a que respondamos a su invitación personal y comunitaria: “Mira que
estoy a la puerta llamando, si alguno escucha mi voz y me abre, entraré y
cenaremos juntos” (Ap 3, 20).
Ese reinado de
Cristo tiene una característica que le distingue de todos los demás. Su táctica
consiste en transformar los corazones para que el mundo pueda cambiar. ¡Cambiar
“cada uno”, para que las cosas puedan ser distintas!... ¿Y si yo cambiase en este
día? ¿Y si tú también volvieses a nacer de nuevo? ¿Qué ocurriría si cada uno de
los aquí presentes nos sumásemos a esta “ola concatenada” de transformación y
de conversión? A buen seguro que podríamos ver realizada la profecía que se
describe en el libro final de la Sagrada Escritura, en el Apocalipsis: “Luego
vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra ya no existen (…) Entonces dijo el que está sentado en el trono: « Mira
que hago un mundo nuevo»” (Ap 21, 1.5).
Corazón de
Jesús, me fío de Ti porque lo puedes todo, me conoces del todo y me quieres a
pesar de todo. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! JIMA
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