jueves, 21 de febrero de 2019

El hombre humilde no es nervioso

Una actitud que nos ayuda a superar los límites y las debilidades de nuestra vida es la humildad. ¿Qué es la humildad? Humildad es la virtud moral por la cual el hombre se experimenta totalmente débil, cuando está separado de Dios, y totalmente fuerte cuando está sumergido en Dios.
Humildad es algo muy distinto de sentimientos o complejos de inferioridad: estos son expresiones de desaliento o depresión. En nuestro tiempo muchos sufren de estos complejos y sentimientos, sobre todo personas con temperamento melancólico.
La humildad como pequeñez y grandeza
La humildad contiene dos sentimientos de vida aparentemente opuestos: pequeñez y grandeza. Quien solamente experimenta su pequeñez, a la larga caerá en complejos de inferioridad. En cambio, quien sólo experimenta la grandeza se hará orgulloso y presuntuoso. En María, el ser humano por excelencia, se da el perfecto equilibrio: en sí misma se siente pequeña, pero a la vez, se siente amada y engrandecida por Dios.
Humildad como grandeza
Es, entonces, saberme aceptado, valorado y querido por el Padre. Es el reposo en un tú que me da seguridad. Es esa experiencia que tranquiliza mi corazón y me permite aceptar la pequeñez y las limitaciones sin angustia. Y puedo sentirme querido y, por eso, grande e importante a los ojos de Dios.
Humildad como pequeñez
Es aceptarme como criatura limitada y pecadora ante el Dios perfecto y santo. Por eso, Santa Teresa puede decir que humildad es verdad. El hombre auténtico se encuentra bien cuando es veraz: es la espontaneidad de aquel que no tiene nada que esconder, es la espontaneidad del niño.
Humildad, por eso, no es esconder los talentos. El ideal bíblico de la mansedumbre no es lo mismo que falta de personalidad; la paciencia no es cobardía y pasivismo; la pequeñez y sencillez no es mediocridad. Cuando Jesús habla de los afligidos y agobiados no se refiere a una melancolía enfermiza...
Si no nos resulta esto, nunca llegaremos a ser libres. Al contrario, fácilmente se traduce en problemas psicológicos e incluso fisiológicos.
Los nervios
Por lo general, el hombre humilde no es nervioso. O dicho de otra forma: Si somos nerviosos -no cuando tenemos nervios débiles sino cuando realmente somos nerviosos-, tenemos que analizar si no es porque en nuestra vida constatamos una gran falta de humildad.
En ese sentido, la pequeñez es no darme importancia a mí mismo. Ni mi persona es importante, ni mi salud, ni mi honor, ni mi obra, ni mi amor, ni mi miseria. Todo lo que se refiere a mi propio yo, no importa. Soy sólo un instrumento.
Entonces, ¿quién es importante? Sólo Dios Padre, únicamente a Él debemos darle importancia. Él es la persona más trascendental de nuestro mundo. Sólo doy importancia a la obra de Dios, el Reino del Padre. Él hace todo, yo sólo le ayudo un poquito. El honor de lo que estoy haciendo, no es para mí, sino para Dios. No yo, sino Dios. Yo debo disminuir y el debe crecer, Jn 3, 30, decía San Juan Bautista.
Si así no me doy importancia a mí mismo, sino solamente a Dios Padre y a su obra, entonces Él me da importancia a mí. Cuanto menos importancia me doy, tanto más le importo a Él. Es el misterio de la auténtica filialidad: porque soy pequeño, le agrado a Dios Padre; porque soy pequeño, por eso soy grande.
Y aquí entendemos esa otra palabra: Tú eres el que hace las obras más grandes sólo en los más pequeños y a través de los más pequeños. NS

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