Una actitud que nos ayuda a superar los límites y
las debilidades de nuestra vida es la humildad. ¿Qué es la humildad? Humildad
es la virtud moral por la cual el hombre se experimenta totalmente débil,
cuando está separado de Dios, y totalmente fuerte cuando está sumergido en
Dios.
Humildad es algo muy distinto de sentimientos o
complejos de inferioridad: estos son expresiones de desaliento o depresión. En
nuestro tiempo muchos sufren de estos complejos y sentimientos, sobre todo
personas con temperamento melancólico.
La
humildad como pequeñez y grandeza
La humildad contiene dos sentimientos de vida
aparentemente opuestos: pequeñez y grandeza. Quien solamente experimenta su
pequeñez, a la larga caerá en complejos de inferioridad. En cambio, quien sólo
experimenta la grandeza se hará orgulloso y presuntuoso. En María, el ser
humano por excelencia, se da el perfecto equilibrio: en sí misma se siente
pequeña, pero a la vez, se siente amada y engrandecida por Dios.
Humildad
como grandeza
Es, entonces, saberme aceptado, valorado y querido
por el Padre. Es el reposo en un tú que me da seguridad. Es esa experiencia que
tranquiliza mi corazón y me permite aceptar la pequeñez y las limitaciones sin
angustia. Y puedo sentirme querido y, por eso, grande e importante a los ojos
de Dios.
Humildad
como pequeñez
Es aceptarme como criatura limitada y pecadora ante
el Dios perfecto y santo. Por eso, Santa Teresa puede decir que humildad es
verdad. El hombre auténtico se encuentra bien cuando es veraz: es la
espontaneidad de aquel que no tiene nada que esconder, es la espontaneidad del
niño.
Humildad, por eso, no es esconder los talentos. El
ideal bíblico de la mansedumbre no es lo mismo que falta de personalidad; la
paciencia no es cobardía y pasivismo; la pequeñez y sencillez no es
mediocridad. Cuando Jesús habla de los afligidos y agobiados no se refiere a
una melancolía enfermiza...
Si no nos resulta esto, nunca llegaremos a ser
libres. Al contrario, fácilmente se traduce en problemas psicológicos e incluso
fisiológicos.
Los
nervios
Por lo general, el hombre humilde no es nervioso. O
dicho de otra forma: Si somos nerviosos -no cuando tenemos nervios débiles sino
cuando realmente somos nerviosos-, tenemos que analizar si no es porque en
nuestra vida constatamos una gran falta de humildad.
En ese
sentido, la pequeñez es no darme importancia a mí mismo. Ni mi persona es
importante, ni mi salud, ni mi honor, ni mi obra, ni mi amor, ni mi miseria.
Todo lo que se refiere a mi propio yo, no importa. Soy sólo un instrumento.
Entonces, ¿quién es importante? Sólo Dios Padre,
únicamente a Él debemos darle importancia. Él es la persona más trascendental
de nuestro mundo. Sólo doy importancia a la obra de Dios, el Reino del Padre.
Él hace todo, yo sólo le ayudo un poquito. El honor de lo que estoy haciendo,
no es para mí, sino para Dios. No yo, sino Dios. Yo debo disminuir y el debe
crecer, Jn 3, 30, decía San Juan
Bautista.
Si así no me doy importancia a mí mismo, sino
solamente a Dios Padre y a su obra, entonces Él me da importancia a mí. Cuanto
menos importancia me doy, tanto más le importo a Él. Es el misterio de la
auténtica filialidad: porque soy pequeño, le agrado a Dios Padre; porque soy
pequeño, por eso soy grande.
Y aquí entendemos esa otra palabra: Tú eres el que
hace las obras más grandes sólo en los más pequeños y a través de los más
pequeños. NS
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