Texto del
Evangelio (Jn 15,26—16,4): En aquel
tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os
enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él
dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis
conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os
expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os
mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al
Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de
que ya os lo había dicho».
«Cuando venga el Paráclito, (...)
el Espíritu de la verdad, (...) Él dará testimonio de mí»
Comentario:
Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
Hoy, el Evangelio es casi tan actual como en los
años finales del evangelista san Juan. Ser cristiano entonces no estaba de moda
(más bien era bastante peligroso), como tampoco no lo está ahora. Si alguno
quiere ser bien considerado por nuestra sociedad, mejor que no sea cristiano
—porque en muchas cosas— tal como los primeros cristianos judíos, le
«expulsarán de las sinagogas» (Jn 16,2).
Sabemos que ser cristiano es vivir a
contracorriente: lo ha sido siempre. Incluso en épocas en que “todo el mundo”
era cristiano: los que querían serlo de verdad no eran demasiado bien vistos
por algunos. El cristiano es, si vive según Jesucristo, un testimonio de lo que
Cristo tenía previsto para todos los hombres; es un testigo de que es posible
imitar a Jesucristo y vivir con toda dignidad como hombre. Esto no gustará a
muchos, como Jesús mismo no gustó a muchos y fue llevado a la muerte. Los
motivos del rechazo serán variados, pero hemos de tener presente que en
ocasiones nuestro testimonio será tomado como una acusación.
No se puede decir que san Juan, por sus escritos,
fuera pesimista: nos hace una descripción victoriosa de la Iglesia y del
triunfo de Cristo. Tampoco se puede decir que él no hubiese tenido que sufrir
las mismas cosas que describe. No esconde la realidad de las cosas ni la
substancia de la vida cristiana: la lucha.
Una lucha que es para todos, porque no hemos de
vencer con nuestras fuerzas. El Espíritu Santo lucha con nosotros. Es Él quien
nos da las fuerzas. Es Él, el Protector, quien nos libra de los peligros. Con
Él al lado nada hemos de temer.
Juan confió plenamente en Jesús, le hizo entrega
de su vida. Así no le costó después confiar en Aquel que fue enviado por Él: el
Espíritu Santo.
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