Hay una
oscuridad interior que impide ver claramente dónde están el bien, la verdad, la
justicia. Hay una oscuridad exterior que hace muy difícil comprender lo que
ocurre a nuestro alrededor.
En el
mundo hay amplias zonas de oscuridad. Los corazones sienten la inquietud de la
duda. Las sociedades quedan atrapadas entre tinieblas y confusiones dañinas.
Hace falta aire nuevo y luces amigas.
La
oscuridad cede terreno cuando avanza la luz. Entonces las personas y los hechos
empiezan a aparecer en su verdadero contorno. La mente y el corazón respiran
más serenos.
Desde que
Cristo vino al mundo, la luz lucha contra las tinieblas. Es cierto que muchos
no logran creer, que otros siguen en la duda, que otros rechazan o desprecian
abiertamente al Maestro.
Pero
también es cierto que millones de corazones reciben una iluminación interior y
escuchan palabras que producen una paz indestructible. “Despierta tú que
duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef
5,14).
Cuando
sienta que la oscuridad asedia mi mente, cuando palpe las tinieblas dentro de
mi corazón, cuando escuche fuera de mí voces que aturden y engañan, puedo
acercarme a Jesús para que realice el milagro de la luz.
Como
ocurrió con el ciego de nacimiento (cf. Jn 9), también hoy unos rechazan
la luz y otros empiezan a ver con ojos nuevos. El mundo sigue dividido,
mientras el tiempo corre sin frenos hacia el momento final, hacia la hora
decisiva del juicio sobre el Amor.
Hoy puedo
abrir los ojos y dejarme iluminar con una “luz amiga”, humilde, serena,
bondadosa. Entonces la oscuridad dejará de oprimir mi alma. Recibiré una paz y
una alegría que nada ni nadie podrán arrebatarme (cf. Jn 16,22). FP
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