Texto del
Evangelio (Mt 13,44-46): En aquel
tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro
escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por
la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
»También es
semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas,
y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la
compra».
«Vende todo lo que tiene y compra
el campo»
Comentario:
Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Hoy, Mateo pone ante nuestra consideración dos
parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la
predicación de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que
la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los
sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos, ni Herodes,
pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos. Sólo se
encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado
junto a Él en la Cruz, cuando le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en
tu Reino» (Lc 23,42). Ambos habían
sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo
que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como Rey de un Reino que
vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.
Jesús, en su primera predicación, habla del Reino
como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra
del campo para poder gozar de él para siempre: «Por la alegría que le da, va,
vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). Pero, al mismo tiempo, alcanzar el Reino requiere
buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno
posee: «Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la
compra» (Mt 13,46). «¿A propósito de
qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de
las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado
perderlo todo» (Orígenes).
El Reino es paz, amor, justicia y libertad.
Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza
del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros
esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la
malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo
que parece imposible para el hombre es posible para Dios.
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