Quien pide, recibe.
Lucas y Mateo
han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin
duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las
haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de
Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los
vecinos.
Probablemente,
no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su
confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar
como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y
se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es esta: «quien
pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».
Si algo hemos
de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia
es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan
esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable,
sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús,
el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma
actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.
«Pedir» es la
actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir
con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y
mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de
orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre,
débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús
pidiendo al mundo una protección que solo nos puede venir del Padre.
«Buscar» no es
solo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta
porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como
«buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una
Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos
para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura
moderna.
«Llamar» es
gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar
y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable
que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla,
celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos
esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las
contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual. JAP
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