Betania
Cerca de Jerusalén -a tres
kilómetros- está Betania. Allí viven Lázaro, Marta y María. Tres hermanos que
tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de
hospitalidad y reposo para los días que le esperan.
En el trayecto a Jerusalén
Jesús pasa por Betania. La actividad de los días anteriores había sido intensa.
El camino que lleva de Jericó a Betania es empinado, requiere una ascensión
continua y transcurre por terreno desértico. Jesús y los suyos debieron llegar
cansados. Allí fue recibido por Lázaro, Marta y María.
La amistad
Hay amistad con Jesús en
aquella casa. Quizá tenga que ver con la conversión de María unos meses antes.
Lo cierto es que todos actúan con naturalidad. No se percibe ni el envaramiento
previsible en las visitas de algún personaje importante, ni la curiosidad o el
recelo ante el desconocido, menos aún la frialdad ante la presencia de alguien
que se considera inoportuno. Marta y María actúan y se mueven con sencillez; no
se dice nada de Lázaro en esta ocasión, pero es normal pensar que estaba allí.
Los tres hermanos son diferentes
No es infrecuente que los
hermanos se parezcan y al mismo tiempo sean muy distintos. Marta es activa,
diligente, hacendosa, está en todo; es una buena ama de casa, con ella se puede
encontrar una casa que es ese hogar donde todo está en su sitio. María es más
apasionada: todo corazón, sensible, en su vida no caben medias tintas, sino
entrega sin condiciones. Sabe querer. Los temperamentos de las dos hermanas son
ocasión para que Jesús deje una joya preciosa de sus enseñanzas, casi como de
pasada. Sus palabras parecen dichas al vuelo.
El desarrollo de los acontecimientos
Los hechos transcurrieron
así: “una mujer llamada
Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada
también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta estaba afanada en los
múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: Señor, ¿nada te
importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que
me ayude. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te preocupas y te
inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues,
María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”.
La importancia de la oración
Jesús aprovechó la
sencillez y la confianza de Marta para dejar sentado el orden de lo necesario y
lo superfluo. Primero la oración y, unida a ella, el trabajo, lo demás puede
esperar. Jesús revela como la oración es el núcleo y la raíz de toda actividad
para que de ésta resulte algo vivo y sano.
La queja de Marta
Es fácil comprender la
actitud de Marta. Es una mujer responsable. Está en los detalles, se ocupa en
algo necesario que alguien tiene que hacer: dar de comer y beber a mucha gente,
procurar que descansen. No cuesta verla subir y bajar, mandar y ordenar. Es en
medio de esa actividad cuando una inquietud empieza a dibujarse en su interior.
Primero sería una mirada furtiva a su hermana. Poco a poco iría juzgándola con
severidad creciente. Decididamente no comprende a María; tenía razones, pero le
faltaba darse cuenta de que la inactividad de María es sólo aparente. Por otra
parte se le está ocultando que su actividad es un servicio que permite a los
demás gozar de las palabras del Maestro, también su hermana. Hasta que llega un
momento en que no puede más, se planta delante del Señor, le interrumpe ante un
público verdaderamente absorto en sus palabras, y se queja. La sencillez de la
queja de Marta es encantadora, confiada, aunque revele falta de caridad; y con
toda espontaneidad le dice al Maestro: “¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el
trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude”. Su queja va contra María, pero
también afecta al mismo Jesús, que no se da cuenta de que ella era una mártir y
su hermana una comodona. Es la explosión de algo que ha ido incubándose poco a
poco, y estalla de repente. Está realmente enfadada; ha perdido la calma y en ella
se ha introducido el espíritu crítico falta a la caridad y la humildad. Sus
buenos deseos de servir se han visto enturbiados por el enfado creciente,
agresor de la paz de su alma.
La respuesta de Jesús
El tono de la respuesta de
Jesús se puede deducir del modo con que empieza a hablarle: Marta, Marta,
¡cuánto cariño hay en la repetición de este nombre! Es como decirle: “Mujer, calma”, “claro que te comprendo,
pero te has puesto nerviosa”. Es una contestación que revela
amor y buen humor; le recuerda su carácter, y hace que reflexione un poco. No
la riñe, sino que le hace reflexionar. Primero sobre sí misma: tú te preocupas
y te inquietas por muchas cosas. Luego, Jesús le
aclara la conducta de María y el camino que debe seguir para no perder los
estribos con sus quejas. Y le dice: “En verdad una sola cosa es
necesaria”. Cosas importantes hay muchas en
la vida, y Marta estaba haciendo una de ellas: procurar servir alimento y
descanso. Pero conviene tener bien dispuesto el orden de los valores. Lo
necesario siempre será lo más importante, y sólo amar a Dios sobre todas las
cosas lo es; al lado de lo necesario todo lo que llamamos importante pasa a un
segundo lugar. ¿Quiere decir esto que está mal la actividad de Marta? No.
Quiere decir que debe trabajar de una manera distinta, con una paz, respaldada
por la oración. Y en caso de dudar sobre qué es más urgente, elegir primero la
oración.
Lo mejor no es lo contrario de lo malo
María ha escogido la mejor
parte. Cuando Jesús dice que la oración es lo mejor, conviene recordar que lo
mejor no es lo contrario de lo malo, sino de algo menos bueno. La bondad de las
diversas actividades, dependerá del amor a Dios, que sean capaces de acoger. “No le será quitada la mejor parte”. La oración es así, hacer
actos de amor. No se pierde ninguno. Todo acto de amor a Dios permanece en el
seno del Amante, que es Dios. EC
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