La oración es el oxígeno de nuestra vida cristiana: nos permite
respirar, estar sanos, aliviar nuestras dolencias, seguir caminando y sobre
todo acrecentar nuestra relación con Dios. La oración pasa por momentos de
aridez y de grandes frutos, este ritmo es parte de nuestra vida espiritual. Es
normal que pases por momentos de gran gozo y consolación interior, y otros
donde parece todo oscuro y desolado. ¡No te desanimes nunca al orar! Hay que orar con
perseverancia. Recuerda que la oración es un diálogo con el Señor, es sobre
todo escuchar su voz tenue que resuena en nuestro interior. Hay que orar, pero
como dice el Papa Francisco: “orar, permítanme decirlo, con la carne: que
nuestra carne ore. No con ideas, sino orar con el corazón”. Este es un
verdadero desafío, pero, ¡sí se puede! ¡No tengas miedo! Si te cuesta orar ten
en cuenta estos 7
elementos que pueden ayudarte a mejorar tu vida espiritual
y tu oración.
1. ¿Te fijas en la postura en la que rezas?
Hay diversas posturas para orar. Recuerda la celebración de la Santa
Misa, sueles estar de pie, luego sentado, luego de rodillas. Cada una de estas
posturas tiene detrás un significado profundo. Estar de pie denota atención y
respeto, es señal de bienvenida, es acoger al invitado. Cuando nos sentamos
solemos tener una actitud de escucha, de recibir lo que el otro quiere decirme,
de aprender, como un discípulo al maestro. Arrodillarse tiene un significado
más profundo, solemos arrodillarnos en momentos de gran solemnidad sobre todo
en la Adoración Eucarística. Luego podemos agregar la postración, que es una
actitud de humildad y abandono en Dios. Esta postura del cuerpo suele ser
característica de una ordenación sacerdotal o una profesión religiosa. ¡La
postura suele comunicar mucho! Pero cuidado con las posturas demasiado cómodas
que pueden provocarte sueño o pereza, quizá no te ayude estar sentado o
acostado a la hora de orar. Utiliza una postura adecuada para hablar con Dios,
así dispones tu cuerpo entero a la escucha de Dios que habla al corazón.
“Y entrando en la casa,
vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron
sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo 2,11)
2. ¿Reconoces tu momento personal?
No es lo mismo hablar con Dios cuando estamos en un momento de gran
alegría personal o cuando pasamos por una crisis existencial. Debes reconocer tu momento personal y desde allí hablar
con Dios. Los salmos son un claro ejemplo de ello, hay de
todos tipos: desde los más alegres, a los más tristes cuando el mundo parece
conspirar contra nosotros. Por ejemplo en la tristeza el salmista clama al
Señor con estas palabras: “Desde lo hondo a ti grito, Señor. Señor, escucha mi
voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica” (Salmo 129). Reconoce tu momento y sé sincero con el Señor, porque
Él ya conoce tu estado personal. Otro ejemplo está en el salmo 69, que dice: “Sálvame,
Dios mío, que las aguas me llegan hasta el cuello. Estoy hundido en un fango
profundo, no puedo apoyar el pie; he llegado a las profundidades del agua, me
arrastra la corriente. Estoy fatigado de gritar” (Salmo 69, 2-3). En fin, nuestra vida es dinámica y nos afectan los
cambios, los problemas y los acontecimientos ajenos. ¡Reconoce tu momento
personal y acércate a Dios con humildad!
“El Señor está cerca. No se preocupen por
nada; al contrario: en toda oración y súplica, presenten a Dios sus peticiones
con acción de gracias. Y la paz de Dios que supera todo entendimiento
custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4, 5-7).
3. ¿Buscas un lugar recogido?
Si buscas orar en medio del bullicio será difícil. Dios habla con voz
tenue, como una brisa, un viento suave que es presencia de Dios. Para ello
debes alejarte del ruido, buscar
la calma y la tranquilidad de un lugar sereno y reposado.
Por eso las iglesias son un lugar propicio para la oración debido al silencio
que reina allí. También puedes ir a una montaña, como lo hacía el mismo Jesús,
o caminar solo por ahí en medio de los árboles. Busca un momento de soledad y
silencio. Ah, cuidado, que el silencio suele espantar a muchos en este mundo
tan ruidoso. Pero haz la experiencia de descubrir el gran tesoro que hay allí.
Pide al Señor que esta soledad y silencio externos te ayuden a disponer tu
corazón para que así puedas escuchar la voz de Dios que te habla de verdad.
Dios habla, lo malo es que nosotros no lo escuchamos. El lugar es importante,
pero sobre todo será importante que tu corazón sea aquel lugar que reciba al
Señor y le dejes habitar en él.
“Tú, cuando te pongas a
orar, entra en tu cuarto y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre que está en
lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mateo 6, 6).
4. ¿Dialogas?
Cuando te acercas a tu papá o tu mamá y sólo hablas tú, no esperes que
ellos intervengan con algún consuelo o consejo, no hay espacio para que puedan
expresarse. Por eso es necesario hablar con Dios, sí, contarle tus cosas, pero
también dejarle tiempo para que te hable a ti. Solo escucha, detente, mírale a
Él. Espera con calma, sin prisas ni aceleraciones. Calma. Te aseguro que
escucharás la voz de Dios resonar dentro de ti. Deja que Dios te hable, que te llame por tu nombre, que te consuele o
que te abrace con su mirada. Déjale.
Este diálogo es de un Padre con su hijo, es un diálogo de intimidad, de perdón,
de amor, de conexión profunda. No pierdas tu tiempo en largos discursos,
escucha mejor la dulce voz del Padre.
“Al orar no empleen muchas palabras como los gentiles, que piensan que
por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no sean como ellos, porque
bien sabe su Padre de qué tienen necesidad antes de que se lo pidan” (Mateo 6, 7-8).
5. ¿Entras en ti mismo?
Yo diría que esto es una de las cosas más difíciles hoy en día. ‘Entrar
en sí mismo para salir de sí mismo’ es una frase que espanta. ¿Qué
significa esto? Entrar en sí mismo es vernos desde dentro, desde el corazón.
Quizá la imagen sea difícil de entender. Entrar en sí mismo es reflexionar
sobre la propia vida, es examinarse, es recogernos dentro de nosotros. Es hacer
una pausa del exterior donde lo importante somos nosotros mismos. Y desde esa conciencia de sí mismo podemos elevarnos
hacia Dios. Es hacer un “break” en
nuestra vida, sabernos amados por Dios descubriéndole a Él. Un proceso que
comienza con lo externo, luego va a lo interno y por último hacia lo eterno.
¿Comprendes? Quizá es difícil explicarlo, pero intenta liberarte del ruido, de
aquellas cosas externas a ti, para tomar conciencia de tu propia vida y desde
ahí podrás subir a Dios y entrar en oración. ¡Inténtalo! Verás que te ayudará
mucho en tu vida espiritual.
“Vivo, pero ya no vivo
yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en
la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2, 20).
6. ¿Te dejas acompañar?
“Sin mí no pueden hacer nada” dice Jesús. Y es cierto, solos no
podemos hacer nada. Primero es necesario dejarnos acompañar por Dios, y si lo
estoy buscando aún y no lo encuentro, es bueno dejarnos acompañar por alguien
que te acerque a Él: sacerdotes, religiosos y religiosas, un catequista, un
familiar, un amigo, etc. Lo
importante es que no recorras este camino solo,
que siempre sientas la compañía de alguien en esta tierra que te guíe por el
sendero de la Voluntad de Dios. Esto claramente va contra la autosuficiencia y
el individualismo, porque la fe tiene una necesaria dimensión personal pero
también una profunda dimensión comunitaria. Somos Iglesia, nos ayudamos a
llegar a Dios, nos dejamos acompañar, nos dejamos instruir, corregir. Con esta
actitud crecerá también la humildad, actitud que a Dios le gusta mucho: “aprendan
de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus
almas” (Mateo 11, 29). ¡Busca ayuda,
pídela y déjate guiar!
“Se levantó Saulo del
suelo y, aunque tenía abiertos los ojos, no veía nada. Lo condujeron de la mano
a Damasco, donde estuvo tres días sin vista y sin comer ni beber” (Hechos 9, 8-99).
7. ¿Confías en la gracia de Dios?
Sobre todo confiar en Dios. Santa Teresa lo tenía muy claro al exclamar:
“Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. Y es el secreto de los
secretos en la vida espiritual. Quien a Dios tiene no le falta nada, quien en
Dios confía puede estar tranquilo y en paz de corazón y espíritu. Confía en el
Señor. Confía en sus planes, en sus caminos, en sus proyectos, en su infinito
amor. La confianza requiere humildad,
desprendimiento y amor. En Dios no sirve la frase popular
“en la confianza está el peligro” sino al contrario, “en la confianza en
Dios está la salvación”. Dios es cercano, es justo y misericordioso, es lento a
la ira y a la cólera. Dios es Padre y como buen Padre nos corrige con amor.
Confiar en Dios da al alma una enorme paz, una conciencia tranquila y un
corazón desapegado de las cosas materiales. Un corazón confiado en Dios apunta
siempre hacia lo alto porque sabe que su destino no es esta tierra, sino la
bienaventuranza eterna con Dios en los Cielos.
“Bendito el hombre que confía en el Señor, y el Señor es su confianza.
Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces a la corriente,
no teme que llegue el calor y sus hojas permanecerán lozanas” (Jeremías 17, 7-8).
La oración no es tanto hacer, sino dejarse hacer. Por último, dejemos
que sea el mismo Papa Francisco que nos ayude en este camino de oración con dos
frases que de seguro serán aliento en esta lucha:
La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Creo que podemos
hacer una hermosa oración… y decirla hoy, todo el día: “Señor, creo, ayúdame en
mi incredulidad”… y cuando nos piden que oremos por tanta gente que sufre
en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas que hay en
este momento, rezar, pero con el corazón al Señor: “¡Hazlo!”, y decirle: “Señor,
yo creo. Ayúdame en mi incredulidad” Hagamos esto hoy (20 de mayo de 2013).
La oración, frente a un problema, en una situación difícil, en una
calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él atrae las
cosas, Él sabe arreglar las cosas y acomodar las cosas. Orar es esto: abrir la
puerta al Señor, para que haga algo. Pero si cerramos la puerta, ¡el Señor no
puede hacer nada! (8 de octubre de 2013). EHC
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