viernes, 26 de julio de 2019

José María Ruiz Cano, Beato

Sacerdote y Mártir, 27 de Julio
Martirologio Romano: En Sigüenza (Guadalajara) y Fernán Caballero (Ciudad Real), España, Beatos José María Ruiz Cano, sacerdote, y 15 compañeros, todos de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María (Claretianos), asesinados por odio a la fe. (1936)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Nació en Jerez de los Caballeros (Badajoz) el 3 de septiembre de 1906 y fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1932. Después de un año de ensayo ministerial en Aranda de Duero (Burgos) fue destinado como formador al Seminario Claretiano de Sigüenza. Allí le encontraron los trágicos días de persecución como responsable de un grupo de 60 seminaristas, cuyas edades oscilaban entre los 12 y los 16 años.
Sigüenza había sido un remanso de paz hasta que la situación se hizo extremadamente difícil. El día 25 de julio, en que el Obispo y cuatro claretianos fueron detenidos y condenados a muerte. Ante estos acontecimientos, el P. José María reunió a sus seminaristas en la capilla, ‘sería la una de la tarde’, dice el cronista, para ponerles al tanto de la situación. –‘Quiso animarnos, pero no pudo contener las lágrimas’.
–“No pasa nada, pero para prevenir lo que pudiera pasar, he de comunicarles con profunda pena que el Colegio queda disuelto por algunos días. No lloren. Por ahora no pasa nada. Los Superiores han acordado esto por precaución. Irán saliendo en grupos hacia los pueblos inmediatos, puesto que todos se han ofrecido a darnos hospedaje”.
Presidiendo esta escena de tan difícil descripción se hallaba una hermosa imagen del Corazón de María con el Niño en brazos. Hacia ella dirigió el Padre su plegaria: “¡Oh Señora mía! ¡Oh Madre mía! Acordaos que soy todo vuestro, conservadme y defendedme como cosa y posesión vuestra”. Y luego, de rodillas y con los brazos en cruz, tendidos hacia la Virgen, exclamó: “Si queréis, Madre, una víctima, aquí me tenéis; escogedme a mí, pero no permitáis que suceda nada a estos inocentes que no han hecho mal a nadie”. Se levantó y como queriendo consolarnos, nos dijo: “No hagan caso de mí, que para estas cosas soy como un niño”. Comenzó el éxodo del pequeño Seminario. El Siervo de Dios se puso al frente del grupo de los más pequeños. -¡Adiós, Padre, hasta pronto!, le despidió el Hnº Víctor. -¡Hasta el cielo!, contestó el Siervo de Dios, y emprendió el camino de Guijosa, a unos 7 Km de Sigüenza.
Entraron en Guijosa al anochecer y fueron recibidos con los brazos abiertos por el párroco y todo el vecindario. Alguien propuso al Padre que los niños estaban a salvo y para él era mejor huir y salvar la vida. La respuesta, repetida varias veces, fue siempre la misma: -“Aunque me cojan y me maten, no dejo a los niños”.
A Guijosa fueron a buscar al ‘Padre de los niños que habían huido de Sigüenza’. El día 27, un poco antes de comer se presentaron en el pueblo siete autos de la F.A.I. Un miliciano de Sigüenza dijo: -Ése es el Padre; y el Padre exclamó: -“Virgen del Carmen, salvad a España; muero contento”.
Durante una hora lo tuvieron retenido en un coche flanqueado por dos milicianas. Los seminaristas iban reuniéndose alrededor,... –“No temáis, no pasa nada. Muero contento”, decía el Padre a los muchachos.
En éstas, unos milicianos que venían de profanar la iglesia, traían de mala manera una imagen del Niño Jesús. Con desfachatez se lo arrojaron al P. José Mª, diciéndole: -“Toma, para que mueras bailando con él”. El Padre lo apretó amorosamente sobre su corazón. Pero el miliciano se lo arrebató bruscamente y lo arrojó contra el suelo. El coche echó a andar el Padre se despidió diciendo: -¡Adiós, hijos míos!, y los bendijo. Pronto se detuvo la caravana en el término del monte del Otero, a medio camino entre Guijosa y Sigüenza. Una voz ordenó al P. José María que bajara. El Padre entendió la orden, perdonó a sus enemigos y emprendió, peregrino del cielo, la subida al Otero. Sonó una descarga de fusiles y el Siervo de Dios se desplomó en cruz. Era la una de la tarde del 27 de julio de 1936. Uno de los milicianos comentaría más tarde: “Como aquel fraile que estaba con estos chicos, que aún decía que nos perdonaba cuando le íbamos a matar”. En la falda del Otero, en el lugar del martirio, está clavada una cruz para perpetua memoria.

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