El Nuevo Testamento está plagado de detalles
narrativos y descriptivos muy precisos que contribuyen a su veracidad e
historicidad y, por tanto, aumentan la credibilidad.
Los cuatro evangelistas al redactar sus textos
tuvieron la excelente oportunidad de contrastar y corroborar sus afirmaciones
con testigos directos de lo que narran, de ahí la enorme concordancia entre los
textos de los evangelistas, que compartieron los mismos testigos.
Es un lujo de detalles respecto a lugares en los
que Jesucristo estuvo, comarcas, personas con las que se relacionó, con sus
nombres propios, hasta el número exacto de panes y peces que utilizó en la
primera y segunda multiplicación de los panes, así como el número exacto de
cestos y piezas que se recogieron después del milagro. Alguien tuvo que
contarlos.
O los 153 peces grandes que se recogieron de la
pesca milagrosa (Jn 21,1-14). Alguien
se tomó el interés de contarlos con tanta precisión.
En Lc 10,1-9: ‘Después
de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para
que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir’. Y en n. 17: Los setenta y dos volvieron y le
dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu
Nombre». También se tomaron la molestia de hacer el recuento de
esos 72.
Pues en esa misma dirección de minuciosidad en los
detalles, cuando Cristo eligió a los
doce Apóstoles, los evangelistas no solamente especifican
su número sino, también los nombres y, en bastantes casos, los detalles de cómo
fue la llamada personal que Jesucristo les hizo.
Al narrar la elección de los doce eran conscientes de la
importancia de ese hecho y dato concreto. Conocían la Biblia y la intención de
Cristo al decidirse por ese número.
El número 12 es usado 187 veces en
la Biblia. ‘Doce’ indica la perfección de gobierno, el servicio, la potestad y
la protección, características de un sistema perfecto de gobierno: 12 Patriarcas,
12 hijos de Israel, 12 tribus, 12 Jueces.
Cuando Jesucristo elige exactamente a 12, está
respetando la tradición del pueblo hebreo y, al mismo tiempo, está exponiendo
con claridad que se trata de un nuevo pueblo (no sólo los hebreos), una Nueva
Ley, y un nuevo edificio (universal), basado en esas doce columnas.
Ese nuevo edificio es la Iglesia
de Cristo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta
roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”
(Mat 16:18).
Y claramente les dice: «cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis
seguido también os sentaréis sobre doce tronos,
para juzgar a
las doce tribus de Israel» (Mat 19:28).
Tan claro quedó esto para los
primeros cristianos que en el Nuevo Testamento aparece 31 veces la expresión ‘los doce’ refiriéndose a los apóstoles.
Y en Apocalipsis 21:14 se nos dice que ‘los doce cimientos del muro de
la Nueva Jerusalén tendrán inscriptos sobre ellos los nombres de los doce discípulos’.
Hasta el punto de que, al fallar y
morir Judas, eligen a su sustituto para seguir siendo doce:
“Conviene entonces que elijamos a uno que reemplace
a Judas. Y el elegido debe ser de los que estuvieron con nosotros todo el
tiempo en que el Señor convivió con nosotros, desde que fue bautizado por Juan
Bautista hasta que resucitó y subió a los cielos”.
Los discípulos presentaron dos candidatos: José,
hijo de Sabas y Matías. Entonces oraron diciendo: “Señor, tú que conoces los
corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos eliges como apóstol, en
reemplazo de Judas”.
Echaron suertes y la suerte cayó en Matías y fue
admitido desde ese día en el número de los doce apóstoles (Hechos de los Apóstoles, capítulo 1).
Pablo, siendo una figura tan importante
que fue llamado apóstol, sin embargo no era considerado uno de los doce. Más
bien, se puede considerar a Pablo como carisma promovido por el Espíritu Santo
dentro de la Iglesia que, a lo largo de la historia, tantos otros carismas ha
promovido y promueve actualmente. JO
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