CCLXII Papa,
26 de Septiembre
Martirologio Romano: En
Castelgandolfo, Italia, San Pablo VI, en el siglo Giovanni Battista Montini,
Sumo Pontífice († 1978)
Fecha de Beatificación: 19 de octubre de 2014,
por S.S. Francisco.
Fecha de canonización: 14 de octubre de 2018 por el Papa Francisco.
Giovanni
Battista Enrico Antonio María Montini nació el 26 de septiembre de 1897 en la
aldea de Concesio, provincia de Brescia, Lombardía (región del norte de
Italia). Fue bautizado cuatro días después, el mismo día en el que una joven
monja francesa, Teresa del Niño Jesús, moría en un Convento Carmelita en
Lisieux.
Su familia era
de clase alta. Giorgio, su padre, era un abogado que, en vez de practicar la
abogacía se dedicó a la política local a raíz de su pasión por la acción social
y la política de Italia. Inspirado en los escritos y testimonios del Papa León
XIII (1903), Giorgio también incursionó como periodista, editando un periódico
católico local, además de desempeñarse como Director de la Acción Católica. Su
madre, Guiditta Alghisi, fue hija única de una familia de la nobleza, quien
también actuaba en movimientos sociales católicos. Sus padres eran devotos
católicos intelectuales, conocidos por su testimonio de vida, intensidad
espiritual y pasión por el Evangelio. Giovanni tenía dos hermanos: Francesco,
quien estudió medicina y Ludovico, el cual siguió a su padre en el camino de
las leyes y la política. Muchos años más tarde, el Papa Pablo VI le contaba a
Jean Guitton, el autor de «El Papa habla: diálogos con Pablo VI» acerca de la
influencia primordial que tuvo sobre él la fe de sus padres. “Del amor de mi
padre y de mi madre”, dijo, “y de su unión obtuve el amor de Dios y el amor del
hombre. En realidad, debería decir que el amor de Dios, el cual colmó sus
corazones, y que los unió en su juventud, en mi padre se concretó en acción y
en mi madre en silencio.”
Ingresó en el
seminario en 1916 y fue ordenado presbítero cuatro años más tarde, el 29 de
mayo de 1920. Su primera Misa fue celebrada en Concesio en la iglesia Madonna
delle Grazie, cerca de su hogar familiar. Posteriormente obtuvo un título en
derecho canónico en Milán, entonces se dirigió a Roma para proseguir sus
estudios de teología en la Gregoriana, y en letras en la Universidad Sapienza
de Roma. En 1922 se trasladó a la Accademia dei Nobili Ecclesiastici para
cursar estudios en diplomacia.
Los talentos
del joven Montini no pasaron desapercibidos. Ingresó en la Secretaría de Estado
Vaticano a la edad de veinticinco años, y un año después pasó unos pocos meses
en la nunciatura en Varsovia, Polonia. Su frágil salud lo obligó a regresar a
Roma; él describió el corto tiempo allí como útil y educacional, pero no muy
agradable. Los siguientes treinta años trabajó en la Oficina de la Secretaría
de Estado del Vaticano, durante algunos de los momentos más oscuros de la
Europa Moderna.
El partido
nacional fascista de Benito Mussolini subió al poder en 1922, y Montini se
dedicó él mismo a ayudar en la lucha contra el régimen totalitario, como guía
intelectual y asesor espiritual. Enseñó eclesiología en la Accademia dei Nobili
Ecclesiastici y se involucró en movimientos de la Juventud Católica. Pronto fue
nombrado capellán de la organización estudiantil católica anti-fascista
denominada Federación de Estudiantes Universitarios Católicos Italianos (FUCI),
ayudando a organizar y liderar grupos de estudio, convenciones y retiros. FUCI
fue el único cuerpo estudiantil apartado del fascismo en el sistema
universitario de Italia. Conocido por sus convicciones anti-fascistas, el joven
Montini fue acusado a menudo de estar comprometido indebidamente en política. A
veces era frustrado por disputas personales y políticas con la Curia Romana,
expresando su creencia de que la Curia se encontraba demasiado alejada de las
realidades afrontadas por los ciudadanos. Irónicamente (dadas estas actividades
anti-fascistas), el trabajo de Montini en la Secretaría incluía la
participación en los Acuerdos Lateranenses de 1929. Estos tratados cerraron un
acuerdo político en el cual Italia reconoció la soberanía de la Santa Sede en
el Estado de la Ciudad del Vaticano. El Estado italiano, a su vez, recibió
reconocimiento oficial por parte de la Iglesia Católica. Montini se oponía
fuertemente a los intentos de Mussolini de ganar más apoyo católico (lo que
incluyó ser bautizado como católico en 1927), y trabajó encubiertamente, como
sacerdote e intelectual, para luchar como pudiera contra el cada vez más
violento régimen anti-cristiano.
A principios
de 1930, Montini se familiarizó con el Cardenal Eugenio Pacelli —futuro Papa
Pío XII— quien había sido nombrado como nuevo Cardenal Secretario de Estado por
Pío XI el 7 de febrero de 1930. En 1937 Montini fue designado en Asuntos
Ordinarios bajo las órdenes del Cardenal Pacelli, viajando con él a Budapest
para el Congreso Eucarístico Internacional de 1938. Montini fue uno de sus más
cercanos asesores y trabajaron juntos por muchos años. Giovanni expresaba una
profunda admiración por Pacelli, quien tuvo una influencia duradera en su
pensamiento y el enfoque que posteriormente le daría a su propio pontificado.
Mientras que
el tumulto de la Europa devastada por la guerra comenzó a disminuir, el
conflicto político de la vida en la Curia Romana demostró ser una fuente común
de frustración para Montini, cuyo talento y una estrecha relación con Pío XII
provocó la envidia de muchos rincones de la Curia. “En el consistorio secreto
de 1952”, afirma la biografía de Pablo VI del sitio web del Vaticano, “el Papa
Pío XII anunció que tenía intención de elevar a Montini y a Domenico Tardini al
Sacro Colegio, pero ambos habían pedido ser dispensados de la aceptación. En
lugar de ello les confirió a ambos el título de Prosecretario de Estado”.
Montini probablemente declinó del cargo porque creía que iba a disminuir su
influencia y la eficiencia dentro de la Secretaría.
Montini fue
nombrado arzobispo de Milán en 1954, pero aún sin ser nombrado cardenal. La
Arquidiócesis de Milán, con unas 1.000 iglesias, 2.500 sacerdotes y 3.500.000
católicos, era a la vez un nombramiento de enormes proporciones y prestigio.
Por donde se lo viera, su trabajo en Milán era notable. Conocido al poco tiempo
como el «arzobispo de los trabajadores», Montini prosiguió la ambiciosa empresa
de reconstruir completamente la presencia católica y de la cultura en Milán,
tanto en lo material —escuelas, centros comunitarios y más de cien nuevas
iglesias— como en lo espiritual —continua predicación, las misiones y la ayuda
a los pobres—. Mientras que él había luchado anteriormente contra el fascismo,
ahora lucha contra el comunismo, que había ganado muchos adeptos en las clases
trabajadoras de Milán. El apoyo a la educación católica y a una prensa Católica
libre formó una base esencial para su trabajo en la justicia social, y sus
logros recibieron la atención internacional. Además, ejerció relaciones
ecuménicas con los cristianos no católicos, especialmente con los anglicanos.
Como casi
todos los demás, Montini fue sorprendido por el llamado de Juan XXIII por un
nuevo Concilio. Le dijo a un amigo: “Este hombre santo no se da cuenta que está
provocando un revuelo en el avispero”. Pero no sólo apoyó la petición del
Concilio Vaticano II, sino que desempeñó un papel importante en su preparación,
al ser designado en la Comisión Preparatoria Central, así como también en la
Comisión Técnico-Organizacional. Más tarde, como Papa, dijo que era “sin duda
bajo la inspiración divina” que Juan XXIII “convocó a este Concilio para abrir
nuevos horizontes para la Iglesia y para canalizar sobre la tierra las aguas nuevas
de manantial y sin explotar de la doctrina y gracia de Cristo, nuestro Señor”.
En el otoño de 1962, Juan XXIII comenzó a sufrir problemas de salud, y murió el
3 de junio de 1963. La extensa experiencia de Montini en el Vaticano, sus dotes
administrativas, y su amistad con Pío XII y Juan XXIII lo hizo, para la
mayoría, una opción lógica como próximo Papa. Fue elegido el 21 de junio de
1963, y tomó el nombre de Pablo VI, comprometiéndose a llevar a cabo la labor
del Concilio iniciada por su predecesor, ampliamente querido y carismático.
El 29 de
septiembre de 1963, durante el discurso de apertura del segundo período de
sesiones del Concilio, Pablo VI hizo hincapié en que la respuesta a las
preguntas que enfrentaban a los obispos se hallaría en última instancia, en
Jesucristo. “La respuesta es Cristo” dijo, “Cristo, de donde partimos; Cristo,
que es tanto el camino en el que viajamos como nuestro guía; Cristo, nuestra
esperanza y nuestro fin último... Que el Consejo sea plenamente consciente de
esta relación entre la Iglesia viva y santa, que en realidad es nuestro propio
yo, y Cristo, del cual procedemos, por quien se vive, y hacia quien se va”.
Explicó que sería a partir y a través de Cristo que los obispos podrían
“entender los principales objetivos de este Concilio”. Estos objetivos,
concluyó, eran los siguientes: “1. La auto-conciencia de la Iglesia, 2. Su
renovación, 3. La puesta en común de todos los cristianos en la unidad, 4. El
diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo”. Dejó claro que su pontificado
se dedicaría al Concilio y sus objetivos. El Concilio abordó una amplia gama de
temas, incluyendo la naturaleza de la Iglesia, liturgia, Escritura, ecumenismo,
diálogo interreligioso, y el mundo moderno; pero Pablo VI reservó ciertas
cuestiones para sí mismo. Estas incluían el celibato del sacerdocio, tema que
trató en su encíclica de 1967 «Caelibatus Sacerdotalis», y el control de la
natalidad, cuestión que trató en la encíclica «Humanae Vitae» de 1968, quizá la
más controvertida encíclica de los tiempos modernos.
Lamentablemente,
la polémica sin precedentes sobre la encíclica Humanae Vitae ensombreció, e
incluso eclipsó, los demás escritos de Pablo VI. Su encíclica «Ecclesiam suam»
del año 1964 fue de una profunda reflexión sobre la Iglesia como Cuerpo Místico
de Cristo. «Mysterium Fidei», publicado al año siguiente, fue una defensa
rigurosa de las creencias de la Iglesia acerca de la Eucaristía y la doctrina
de la transubstanciación. Escribió varios documentos bellísimos sobre la Madre
de Dios, incluyendo la encíclica «Mense Maio» (1965) y las exhortaciones
apostólicas «Signum Magnum» (1967) y «Marialis Cultus» (1974). La Encíclica
«Populorum Progressio», del año 1967, fue una exposición significativa de la
doctrina social; sirviendo de base para muchos de los puntos clave planteados
por el Papa Benedicto XVI en su encíclica social «Caritas in Veritate» (2009).
La exhortación apostólica de Pablo VI de 1975 «Evangelii Nuntiandi» es un
documento enriquecedor y desafiante sobre la evangelización y la misión.
Además de un
importante acervo de escritos, Pablo VI estableció un precedente en el
acercamiento a los avances tecnológicos y el uso de los viajes modernos. Como
“el Papa peregrino”, fue el primer pontífice en visitar los cinco continentes,
estableciendo un itinerario de viaje de gran alcance, continuado por Juan Pablo
II y Benedicto XVI. En 1964 viajó a Tierra Santa —posiblemente, el primer Papa
en visitarla desde San Pedro— así como la India y Colombia. Visitó Fátima en
1967, con motivo del cincuentenario de la primera aparición, y en 1969 visitó
varios países de África. En octubre de 1965 visitó los Estados Unidos, e hizo
un llamamiento a las Naciones Unidas para poner fin a la guerra de Vietnam.
Mientras caminaba desde su avión en el Aeropuerto Internacional de Manila en
1970, durante una escala en Filipinas, casi fue apuñalado por un hombre
disfrazado de sacerdote.
El pontificado
de Pablo VI cimentó las bases del frente ecuménico. Fue el primer Papa en
varios siglos en encontrarse con Patriarcas Ortodoxos Orientales, entre ellos
su histórica reunión en Jerusalén en el año 1964 con el patriarca ecuménico
Atenágoras I. En esa reunión se llegó a la declaración conjunta
católica-ortodoxa del 7 de diciembre 1965, que suprimió las excomuniones mutuas
del gran cisma de 1054. El documento estableció, en parte, que “el Papa Pablo
VI y el Patriarca Atenágoras I con su sínodo, de común acuerdo, declaran que...
en igualdad lamentan y eliminan tanto de la memoria y en medio de la Iglesia
las penas de excomunión que siguieron a estos eventos, el recuerdo de lo que ha
influido en las acciones hasta nuestros días y que ha dificultado establecer
relaciones más estrechas en la caridad, y que encomiendan estas excomuniones al
olvido”. La declaración señaló además que, si bien “este gesto de justicia y
perdón mutuo no es suficiente para poner fin a las antiguas y más recientes
diferencias entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa”, el Papa y
el Patriarca se han comprometido a trabajar para “llegar a un entendimiento
común y la expresión de la fe de los Apóstoles y sus exigencias”.
Aldo Moro,
amigo de toda la vida de Pablo VI (de los tiempos de la FUCI), fue secuestrado
por doce hombres armados el 16 de marzo de 1978. Moro había sido un líder clave
de la Democracia Cristiana en Italia, y había ejercido dos veces el cargo de
Primer Ministro de Italia (1963–1968, 1974–1976). El secuestro y asesinato de
los cinco guardaespaldas policiales de Moro fue cometido por el grupo
terrorista, las «Brigadas Rojas», el cual exigió la liberación de dieciséis de
sus miembros, encarcelados por el gobierno italiano. Moro estuvo retenido
durante ocho semanas, tiempo durante el cual se le permitió enviar más de
cincuenta recursos a los familiares, dirigentes políticos y al Papa. Mientras
el gobierno italiano se negó a negociar, el pontífice, de ochenta años de edad,
esperaba que pudiera iniciarse algún tipo de acuerdo. Pablo VI escribió al
grupo, diciendo: “de rodillas se los ruego, liberen a Aldo Moro, simplemente,
sin condiciones, no tanto por mi intercesión humilde y bien intencionada, sino
porque comparte con ustedes la común dignidad de un hermano en la humanidad”.
Pero el 9 de mayo de 1978, cincuenta y cuatro días después del secuestro, Moro
fue baleado varias veces y su cuerpo quedó en un automóvil cerca de la sede de
la Democracia Cristiana en el centro de Roma. La noticia fue especialmente
dolorosa para Pablo VI, quien denunció el asesinato como “una mancha de sangre
que deshonra a nuestro país”.
A mediados de
julio el pontífice viajó a Castel Gandolfo. Estando allí, comenzó a
experimentar fatiga y dificultad para respirar. En la tarde del 6 de agosto
1978, en la Fiesta de la Transfiguración, participó en la Misa, después de
recibir la Sagrada Comunión sufrió un ataque masivo al corazón. Murió a las
21:41. El funeral de Pablo VI fue en gran parte desprovisto de todo su
esplendor habitual, pues él había pedido un funeral simple y ser enterrado en
la tierra, no en un sarcófago, bajo el piso de la Basílica de San Pedro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario