“No
podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser
olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues
encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El
Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese
mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente,
la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso
poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y
empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos
atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente,
todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más
productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los
demás... Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en
peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal
vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una
crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya
datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir
el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada
vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a
acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones
de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya
ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a
millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el
bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La
crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias
del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de
sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La
disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización
interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a
los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y
fractura social. Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una
religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en
estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos
hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede
hacer más humanos y más cristianos. JAP
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