Mártires, 23
de Septiembre
Martirologio Romano: En Tlaxcala, México, santos Cristóbal, Antonio y Juan, mártires, que
alegres dieron su asentimiento a la fe cristiana en tiempo de la primera
evangelización de América, por lo cual fueron martirizados por sus antiguos
correligionarios († 1527)
Fecha de canonización: 15 de octubre de 2017 por S.S. Papa
Francisco.
En el Estado de Tlaxcala en México existen tres
niños ejemplares que a partir de una fe total y muy firme nos muestran que
defender su causa es tenerle amor a Dios; como lo decía San Agustín “No es el
sufrimiento, sino la causa, lo que hace auténticos mártires, el mártir no
defiende su vida sino su causa que en su convicción religiosa, su fidelidad a
Dios y a sus hermanos y esta se defiende muriendo”. A continuación recordaremos
el martirio que recibieron estos tres niños Tlaxcaltecas.
El primero nacido en Atlihuetzía, Tlaxcala
aproximadamente en 1515 llamado Cristóbal, hijo de Acxotécatl quien era el
cacique principal, esto es, que después de los cuatro señores en jerarquía
seguía él. Acxotécatl tenía cuatro hijos, de los cuales Cristóbal era el hijo
mayor y el predilecto. Cristóbal aprendía mucho de la doctrina cristiana al
escuchar a los Frailes así que pidió el bautismo el cual le fue administrado
días después. Al igual que los Frailes predicaba constantemente a su padre y a
sus vasallos, sin embargo su padre no lo tomaba en cuenta, así que comenzó a
tirar y romper los ídolos de su padre así como el pulque con que se
emborrachaba su padre y sus vasallos; al ver esto, sus criados le dijeron a
Acxotécatl el cual enojado decidió quitarle la vida, así que lo tomo de los
cabellos, lo tiro al suelo y le dio crueles golpes y con un palo grueso de
encina le dio muchos golpes por todo el cuerpo hasta fracturarle los brazos,
piernas y las manos con que se defendía la cabeza, tanto que casi de todo el
cuerpo corría sangre mientras Cristóbal invocaba a Dios diciendo: “Dios mío,
tened misericordia de mí, y si tú quieres que yo muera, moriré; y si tú quieres
que viva, libradme de mi cruel padre” Viendo que el niño seguía vivo lo mandó a
arrojar a una hoguera, lo apuñaló y el niño le dijo a su padre: “No pienses que
estoy enojado, porque yo estoy muy alegre, y sábete que me has hecho más honra
de los que vale tu señorío”.
Dos años después del martirio de Cristóbal, llegó a
Tlaxcala un Fraile llamado Fray Bernardino Minaya, con otro compañero, los
cuales iban encaminados a la provincia de Huaxyacac y le pidieron a Fray Martín
de Valencia que les diese algún muchacho para que les ayudasen a la misión evangelizadora.
A esta petición se ofrecieron inmediatamente Antonio y su criado Juan
(provenientes de Tizatlan, Tlaxcala). Al llegar a Tepeyacac Fray Bernardino
Minaya envió a los niños a que buscasen por todas las casas de los indios los
ídolos y se los trajeran. Ellos conocían perfectamente el lugar y por ser
niños, podían realizar tal empeño sin que peligrasen sus vidas. Para realizar
la encomienda se alejaron un poco más de lo determinado a buscar si había más
ídolos en otros pueblos.
Y es en Cuahutinchan, Pue., cuando entrando en una
casa y destrozando los ídolos, vinieron dos indios, con unos leños de encina, y
sin decir palabra, descargaron su furia sobre el muchacho Juan. Al ver Antonio
la crueldad con que aquellos ejecutaban a su criado, no huyó, sino que echó en
el suelo unos ídolos que tenía, pero ya los dos indios tenían muerto a Juan, y
luego hicieron lo mismo con él.
Al revivir este relato de nuestros queridos Niños
Mártires podemos adentrarnos en una muerte violenta pero que lleva una
aceptación, un sí sobre todo va cargada de sentido: el dar testimonio de una
verdad, la de un Dios único y verdadero. El martirio de estos niños se hizo
posible porque ellos prefirieron sacrificar su vida, y optaron por defender sus
convicciones.
Es por eso que el trabajo evangelizador que desarrollaron
los ahora Santos Niños Mártires de Tlaxcala, a pesar de su corta edad, pero
llenos de amor y de Fe por llevar la Nueva Buena encontraron la muerte al
defender su causa.
Así que siempre recordemos que todos (sin excepción
alguna) estamos llamados para trabajar en la viña del Señor.
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