Legionarios
Mártires, 30 de Septiembre
Martirologio Romano: En Solothurn, en el territorio de Helvecia,
hoy Suiza, santos Urso y Víctor, mártires, que, según la tradición,
pertenecieron a la Legión Tebana.
A fines del siglo III, varios miles de «bagaude»,
pobladores de las Galias, se levantaron en armas, y el Augusto Maximiano
Herculio marchó de Roma para sofocar la rebelión, al frente de un gran ejército
en el que figuraba la Legión Tebana, que constaba de seis mil seiscientos hombres.
Los guerreros de aquella legión habían sido reclutados en el alto Egipto y
todos eran cristianos. Cuando el ejército llegó a Octodurum (Martigny), sobre
el Ródano, poco antes de su desembocadura en el lago de Ginebra, el Augusto
Maximiano dio una orden para que todos sus soldados se uniesen a la ceremonia
de ofrecer sacrificios a los dioses por el éxito de su expedición. Todos los
miembros de la Legión Tebana se retiraron para acampar en las proximidades de
Agaunum (que en la actualidad se llama Saint Maurice-en-Valais, en homenaje a San Mauricio), después de anunciar que
se negaban rotundamente a tomar parte en los ritos. Repetidas veces, Maximiano
envió mensajeros al campamento de los tebanos para exigirles obediencia pero
sólo consiguieron reiteradas y unánimes negativas.
Maximiano perdió toda esperanza de doblegar su
constancia, ordenó al resto de su ejército que cercara a los tebanos y les
hiciera pedazos, ya que no querían renunciar a su fe cristiana. Ninguno de los
cristianos ofreció resistencia y todos se ofrecieron al sacrificio con la
mansedumbre de los corderos. La matanza fue espantosa: un vasto espacio de
terreno quedó cubierto por el montón de cadáveres del que manaban arroyos de
sangre.
Maximiano acudió a inspeccionar la obra y, evidentemente
satisfecho, mandó a sus soldados que despojaran a los muertos de sus ropas y
sus armas y se quedasen con ellas como botín. Se hallaban todos entregados a la
macabra tarea, cuando un veterano llamado Víctor rehusó participar en ella. Sus
compañeros le preguntaron si también era cristiano, a lo que respondió
afirmativamente. En seguida se precipitaron sobre él y le mataron. A otros dos
soldados de aquella legión, llamados Víctor y Urso, que habían quedado
rezagados en la marcha, en cumplimiento de alguna orden, se les buscó hasta
encontrarlos en la ciudad de Solothurn (Soleura) en Suiza.
Allí fueron sorprendidos por el gobernador Astaco,
éste los encarceló y los mandó torturar, pero, según cuenta la leyenda, fueron
liberados. Así pudieron dedicarse a la predicación del Evangelio a los
habitantes del lugar, esto les llevó a un nuevo arresto. Fueron condenados a la
hoguera, pero el fuego se apagó de forma milagrosa. Decidieron decapitarlos y
arrojaron sus cuerpos al río Aar. Los cristianos sepultaron sus cuerpos en un
lugar secreto, donde con el transcurrir del tiempo les fue dedicada una
capilla.
Las reliquias de san Víctor fueron trasladadas a
Ginebra de donde es patrón, y las de san Urso permanecieron en Soleura, de
donde es patrón.
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