“No vivas de las apariencias, siempre cambian. No vivas de las mentiras,
al final se descubren…”, son las palabras del Papa Francisco expresadas a
través de su cuenta en Twitter.
Estamos viviendo una época en la que nos empapamos de bienes materiales
mostrándolos al mundo para obtener quizás ciertas “seguridades”: obtener
reconocimiento, alimentar nuestro ego personal, tener amistades seleccionadas o
para reservar un lugar en el escalafón a lo menos medio alto de los niveles
socioeconómicos de la sociedad. Viajes, lujos, marcas, consumismo, todo eso se
apodera de nuestras mentes a la hora de aparentar lo que no somos, pues
nuestros niveles de endeudamiento aumentan, así como la carga de trabajo y el
estrés. Todo ello para generar bienes que nos permitan aparentar un buen poder
adquisitivo y no perder esas “seguridades”.
Muchos otros ejemplos pueden venir a la mente para demostrar que hoy,
nuestra sociedad ha privilegiado el “parecer” antes del “ser”.
Sí Jesús, el Rey de Reyes, entró a Jerusalén en un pollino como señal de
sencillez y de humildad, Mateo 21, 1-11,
¿quiénes somos nosotros para engrandecernos con lo que ni siquiera tenemos?
Hermoso mensaje nos deja Jesús en la Parábola de Los Convidados a las
Bodas, al relatar cómo los invitados escogían los primeros lugares en la
celebración: “… Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se
humille, será ensalzado” Lucas 14,11.
Jesús muere en la Cruz por nosotros, muere por nuestros pecados, muere
por servirnos a nosotros. “… Y el que quiera ser el primero, que se haga
servidor de todos. Porque el mismo hijo del hombre no vino para ser servido,
sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” Marcos 10,44-45.
Jesús, nuestro Salvador, el hijo de Dios, humilde y humillado, pues fue
juzgado, muerto y sepultado como el peor de los malvados, como la peor persona
que pueda existir. Ese es el ejemplo que debemos seguir. Estamos llamados a
hacernos niños para alcanzar el reino de los cielos Mateo 18, 1-6. Hacernos pequeños, humildes, reconocernos débiles,
pecadores y por supuesto no fingir lo que no somos a través del consumismo.
En una sociedad cada vez más materialista, el Señor quiere que usemos un
vestido nuevo, dejando atrás la vestidura de las apariencias. Tomar una actitud
de autenticidad, resaltar los valores y dones que cada uno tenemos para el bien
de nuestros hermanos; tener una nueva forma de ser, la de Jesucristo. Guardemos
el vestido de las apariencias del cual cuelgan adornos materiales y cambiémonos
por un vestido nuevo.
La Sagrada Escritura nos invita a vestirnos con La Armadura de Dios:
“…Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el Poder de su fuerza. Revestíos
con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias
del diablo” Efesios 6,10-11. La
seguridad, la fortaleza, el poder y la audacia la encontraremos en esta nueva
vestidura: en La Armadura de Dios.
Desde aquí podremos mostrarnos tal cual somos. Personas dotadas de
dones, talentos y virtudes que debemos utilizarlos para nosotros y nuestro
prójimo por medio de obras concretas. Seguir el claro ejemplo de humildad de
Jesús. Ser rectos de corazón, justos con nuestros hermanos y por cierto, educar
a nuestros hijos con valores éticos y cristianos para que siempre utilicen el
vestido nuevo, el vestido de Jesucristo.
Aquí está puesta la mirada del Señor: “El hombre se fija en apariencias,
pero yo me fijo en el corazón” 1 Samuel
16,7.
MYB
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