Obispo, 04 de Febrero
Martirologio Romano: En
Maguncia, de la Franconia, Alemania, san Rabano, apodado Mauro,
obispo, que, siendo monje de Fulda, fue elevado a la sede de Maguncia, y hombre
docto en ciencia y elocuente en el hablar, nunca dejó de llevar a cabo todo lo
que pudiese redundar a mayor gloria de Dios (856).
Rabano, que nació
alrededor del año 784, probablemente era nativo de Mainz, aunque algunos
escritores creen que fue escocés o irlandés. Sus padres fueron sus primeros
maestros, y quienes después lo llevaron al cercano monasterio de Fulda, que San
Bonifacio, el apóstol inglés de Alemania, había fundado. La escuela del
monasterio que se hallaba bajo la dirección del abate Bangulfo era muy famosa,
y Rabano correspondió con mucho ahínco a la instrucción.
Pronto llegó a ser
la admiración de sus maestros y condiscípulos, por su gran talento y la rapidez
con que aprendía. Para completar su educación, fue enviado con su amigo Hatto a
estudiar un año en Tours, bajo el cuidado de otro gran inglés, el docto
consejero de Carlomagno, Alcuino. En él encontró un maestro ideal y un segundo
padre. Alcuino le cobró mucho afecto y le apodó Mauro, por el discípulo
favorito de San Benito, y cuando el joven había regresado a Fulda, le escribió
cartas conmovedoras llenas de consejos. “Sé un padre para los pobres y
necesitados”, le dice en una de ellas, “sé humilde al servir a los demás,
generoso al otorgar beneficios y así descenderán sobre ti sus bendiciones”.
En Fulda había una
magnífica biblioteca fundada por Carlomagno y enriquecida por el celo de los
amanuenses monásticos. Allí trabajaba Rabano, buscando cómo comprender y poder
explicar las Sagradas Escrituras, sobre las que después escribió muchos
comentarios. Aprendió el griego, el hebreo, algo del siríaco y estudió a los
Padres e hizo una sinopsis de sus enseñanzas.
Cerca del año 799,
recibió la ordenación de diácono y fue nombrado director de la escuela del
monasterio. Por ese mismo tiempo compuso unos versos métricos en forma de
acróstico en honor de la Santa Cruz. En 805 los monjes, tuvieron una época muy
dura, cuando al hambre siguió la peste. Más duro se le hizo a Rabano abandonar
sus amados libros para dedicarse a un trabajo manual, para el cual era bastante
inepto. El abad Ratgar había dado la orden de que todos los monjes trabajaran
en la obra de construcción. Se ordenó de sacerdote en 815, y bajo el abad Egilius,
reanudó su labor escolástica como profesor. Nunca omitió ninguna de las
prácticas prescritas por su orden, aunque su labor de enseñar y de escribir le
llevaba mucho tiempo.
En 822, llegó a ser
abad y probablemente fue entonces cuando escribió la mayoría de sus obras,
particularmente las sesenta y cuatro homilías que han llegado hasta nosotros y
que ilustran su competente método de enseñar, (aunque se quejaba tristemente de
que “es un gran impedimento el procurar que estos jóvenes tengan lo suficiente
para comer”). Era tan obediente a la Santa Sede, que se le llamaba “el esclavo
del Papa”, y aborrecía de tal modo la herejía, que para él todo hereje era un
anticristo; se basaba en la autoridad de los Padres para todo lo referente a
asuntos dogmáticos y desconfiaba de las innovaciones. Su fama se había
extendido tanto, que lo encontramos continuamente en sínodos y concilios, en
diversas ciudades. Acabó los edificios del monasterio y construyó iglesias y
oratorios en todas las fincas que pertenecían a su casa. También construyó uno
o dos monasterios. Renunció a su cargo en favor de su amigo Hatto y parece que
vivió algún tiempo en el recogimiento, pero en 847 fue nombrado arzobispo de
Mainz, a pesar de tener en esas fechas ya setenta y un años de edad.
De ahí en adelante,
Rabano vivió quizá más activamente que nunca: jamás suavizó su antigua regla de
vida, no bebía vino ni comía carne. Tres meses después de haber sido elegido
arzobispo, convocó un sínodo, que dio por resultado una serie de resoluciones referentes
en su totalidad a una observancia más estricta de las leyes de la Iglesia.
Estas reglamentaciones le ganaron adversarios al nuevo arzobispo; se formó una
conspiración contra su vida, pero se descubrió, y él perdonó a los
conspiradores magnánimamente. Un segundo sínodo tuvo lugar en 852 y Rabano
contribuyó a que se condenaran las doctrinas del monje Gottschalk, que había
estado difundiendo doctrinas heréticas sobre la gracia y la predestinación,
basado sobre una exageración de las enseñanzas de San Agustín. Rabano conservó
sus energías casi hasta el fin. Viajaba por la diócesis con sacerdotes
letrados, enseñando, predicando y reconciliando a los pecadores con Dios.
Cierta vez que hubo hambre en la región, alimentó diariamente a 300 pobres en
su casa y continuó en sus trabajos y sus escritos hasta que su salud se
quebrantó por completo. Poco antes de su muerte, en 856, tuvo que guardar cama.
Rabano fue uno de los hombres más ilustres de su época.
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